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Del obediente, el tramposo y el idiota

Resumen

El artículo expone cómo los gobiernos moldean a los ciudadanos e ilustra que en Colombia prevalece una cultura política donde evadir normas y desconfiar del Estado es común. Esta mentalidad crea ciudadanos fáciles de controlar, perjudicando el civismo y la democracia.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
Del obediente, el tramposo y el idiota

Los gobiernos no solo administran impuestos y decretos. También diseñan personas. Moldean lo que entienden por un “buen ciudadano”, con propaganda, incentivos, narrativas, castigos. Es un proceso deliberado. En algunas sociedades, ese ciudadano ideal es obediente y agradecido. En otras, desconfiado y tramposo. Cada Estado, según su arquitectura moral, fabrica al ciudadano que necesita. Y en Colombia, lo que se produjo fue una ciudadanía que, en vez de creer en el país, aprendió a esquivarlo.

La cultura popular es el espejo donde se reflejan esas pedagogías políticas. En Cinderella Man, la historia real del boxeador James J. Braddock durante la Gran Depresión, hay una escena que resume esa ética nacional. Braddock, sin empleo y con hijos que alimentar, acude al subsidio estatal. Lo hace con dolor, empero, sin arrogancia. Más adelante, cuando vuelve a triunfar en el ring, regresa a la oficina de asistencia social y devuelve el dinero.  ¿Por qué? su conciencia no le permite quedarse con lo que no es suyo.

Ese gesto no está pensado para inspirar lástima o imponer una moral. Lo que transmite es una estructura de valores donde el Estado es un respaldo y el ciudadano, incluso en la adversidad, mantiene su integridad. No es ninguna limosna. Eso tiene peso porque responde a un modelo social donde, pese a la desigualdad, aún hay confianza en las reglas.

Aquí la narrativa es otra. Basta ver La estrategia del caracol, donde un grupo de inquilinos pobres, enfrentados al desalojo, decide organizar una mudanza clandestina para burlarse de la justicia y del propietario. Logran su cometido y desocupan el edificio sin que nadie lo note. Y aunque la película es entrañable y simbólica, también revela que aquí el que se burla del sistema es el héroe.

Lo más berraco es que nos identificamos con él. No con el que aplica la ley, ni con el sistema que protege la propiedad, sino con el que logra evadir las normas, como si todos deseáramos hacerlo. En nuestra cultura política, la legalidad no inspira respeto, sino desconfianza. El Estado es visto como un obstáculo, no como una garantía.

Esa pedagogía de la trampa ha sido reforzada durante década. En el cine, en la literatura es lo que vende. El sistema colombiano no necesita ciudadanos virtuosos, necesita gente que no crea en nada. Gente que vote sin esperar nada, o se venda por una promesa mínima. Gente sin expectativa, porque así es más fácil de administrar.

La corrupción no es solo un problema ético, es una estrategia de control. Una sociedad que no educa en valores cívicos, sino en la desconfianza, está fallando. Porque si cada colombiano ve al otro como rival, y al Estado como botín, entonces nadie se une para cambiar nada. Mientras en otras sociedades el ciudadano siente la necesidad de devolver lo que no le pertenece, aquí sentimos que nos fue quitado antes y robando es que lo recuperamos. Así no hay civismo posible, ni democracia que aguante.

Y en este contexto, debo decir algo con claridad. Nunca he sido de los que ve en Gustavo Petro un peligro inminente para la democracia. No le voté, pero tampoco he comprado el relato apocalíptico de la oposición. Sin embargo, estas reflexiones, y los hechos recientes, me obligan a trazar una línea. Un presidente que socava permanentemente la institución que él mismo comanda no es un reformador: es un embaucador. Y un charlatán con poder no solo desordena el Estado; empieza a idiotizar a su pueblo.

Y cuando el pueblo idiotizado no distingue entre justicia y revancha, entre legalidad y oportunismo, se jodió. La fusión impía de sumisión y rebeldía es el fracaso de nuestra Nación. La prueba de que vendimos nuestra dignidad y olvidamos qué era ser ciudadanos. Porque un pueblo que celebra al tramposo y obedece al embaucador, no necesita dictadura. Se la impone solo.

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por Edgar Muñoz

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