Disparates del pasado con el presente

Los sumerios fueron una de las civilizaciones más avanzadas y es considerada como la primera del mundo. Entre el año 4000 y 2000 a. C. vivieron en la región de Mesopotamia, en lo que hoy es el sur de Irak, y se caracterizaron por sus innovaciones. En la agricultura, fueron pioneros en la irrigación que les permitió aprovechar las fértiles tierras alrededor de los ríos Tigris y Éufrates. Con la escritura cuneiforme, en tablillas de barro, pudieron registrar transacciones comerciales y escribir literatura.

También su sistema político y religiosos les permitió organizarse en ciudades-estado gobernados por un líder y construyeron urbes amuralladas con templos religiosos prominentes llamados zigurats. Pero no olvidemos que los sumerios también establecieron una red comercial extensa que iba por toda Mesopotamia hasta los confines del continente, intercambiando alimentos, textiles, metales y productos manufacturados. El comercio era fundamental para esta cultura y ciudades como Ur y Uruk, fueron centros de poder y prosperidad.

¿Pero, cómo una población tan prolifera llega a la decadencia? A menudo creemos que lo que domina en la actualidad siempre lo hará. Creo que muchos lo pensamos con los equipos de futbol de Brasil, Francia o Alemania. Lo cierto es que a nadie le gusta ser segundón. El fracaso de los sumerios es un proceso complejo y multifacético que involucra varios factores. El principal, que sus luchas internas por el poder los llevaron a una inestabilidad política generalizada que debilitó su capacidad para resistir invasiones externas y mantener la cohesión política y social.

No obstante, existen varias similitudes entre su caída y la de otras culturas. Aunque ninguna es tan verídica como la expuesta anteriormente, todos los imperios enfrentaron invasiones y cayeron ante las divisiones internas. Curiosamente, la degradación ambiental y la escasez de recursos naturales también contribuyeron a su declive. Por ejemplo, la deforestación masiva protagonizo el colapso de los Mayas; para Mesopotamia fue, además de la deforestación, la erosión y salinización del suelo las que llevaron a disminuir la fertilidad de sus tierras.

Sin embargo, es impertinente manifestar que nuestra formación occidental, dominada principalmente por EE. UU., también está a punto de colapsar por las mismas circunstancias. Si pudiéramos ver el futuro y saber en qué nos convertiremos, no creo que cambie el resultado de los eventos. Asimov quiso ilustrarlo con Hari Seldon hibernando por miles de años a sabiendas de que sus cálculos sobre el colapso del imperio eran ciertos, solo que eso es ficción.

¿Se imaginan si hubiésemos tenido la oportunidad de vernos hoy cuando nos independizamos de España? De saber en lo que nos hubiéramos convertido, cualquiera hubiera preferido seguir siendo dependiente de la corona; Bolívar y Santander igual, aunque la disonancia cognitiva es una realidad que nos hace creer que tomamos las mejores decisiones y justificarlas, así estemos equivocados. Y logramos la emancipación, es cierto, pero no por nuestra cuenta, sino por las ventajas que trajo la invasión de Napoleón a España.

Esto es debatible, pero nos liberamos por moda más no por convicción. Algo así como el “Me too” o el “BLM”, que convirtieron unos cuantos casos de injusticia en paradigmas innecesarios que nos destruyen como sociedad y que nos lleva al abismo sonriendo mientras se cae todo lo bueno que hemos construido a nuestras espaldas. Así como los imperios y extraordinarias civilizaciones fallidas, el problema de su decadencia no está en la ruina, sino en la ambición ignorante de querer estar mejor cuando se está bien.