El costo invisible del miedo fiscal
Resumen
El miedo a la DIAN no es solo del ciudadano; es institucional. La entidad, usada más como castigo que pedagogía, necesita revisión para convertir el miedo en confianza y fomentar una cultura tributaria sólida.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
A la DIAN no se le teme por accidente. Se le teme porque durante años se ha alimentado una narrativa institucional que, lejos de construir confianza, ha reforzado el miedo como forma de control. Pero ojo: el origen de ese miedo no está solamente en el ciudadano. También está en el Estado, en sus funcionarios, en sus directivos y, sobre todo, en la forma como se ha instrumentalizado a la entidad para fines que muchas veces han estado más cerca del espectáculo que de la pedagogía fiscal.
La DIAN ha sido usada como símbolo de autoridad desmedida, de poder punitivo, de castigo público. No es gratuito que alguna vez se permitiera —desde la misma dirección general— que a los funcionarios se les llamara “los dobermans de la DIAN”. Una etiqueta peligrosa, que, si bien parecía anecdótica, revelaba una visión institucional profundamente autoritaria. Ese tipo de decisiones, más mediáticas que fiscales, han contribuido a que la entidad se perciba como un enemigo. Y eso no es culpa de la norma ni del deber tributario, sino del uso que se ha hecho de la institución: como una herramienta de presión, no de construcción.
Al otro lado del mostrador, el problema tampoco es menor. Muchos contribuyentes y asesores han alimentado esa narrativa, traduciendo la fiscalización como persecución y reduciendo el cumplimiento tributario a un trámite del cual hay que escapar, no entender. El miedo mutuo ha terminado por distorsionar la esencia del sistema.
La DIAN no necesita que la defiendan, pero sí necesita revisión. Revisión crítica, seria, estructural. Porque si bien la mayoría de sus funcionarios son técnicos con criterio, también es cierto que muchas veces la forma ha terminado imponiéndose sobre el fondo. Que hay procesos que se sienten arbitrarios. Que hay interpretaciones que parecen castigos. Y que el discurso institucional sigue más enfocado en el control que en la confianza.
No se trata de suavizar a la DIAN ni de justificar su imagen. Se trata de entender que su problema es más de comunicación y coherencia institucional que de funciones legales. Y que mientras la autoridad fiscal se siga usando como un látigo —ya sea desde la administración o desde la opinión pública—, será muy difícil avanzar hacia una cultura tributaria sólida y respetada.
Si queremos que el sistema tributario funcione, hay que dejar de usar a la DIAN como símbolo del castigo y empezar a tratarla como lo que debe ser: una institución pública que exige, sí, pero también construye.