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El pasillo de la escuela

Resumen

El artículo resalta la escuela de la vida como un proceso de aprendizaje donde padres, hijos y abuelos son alumnos y maestros. El perdón se presenta como un acto esencial, difícil de enseñar y practicar, que debe empezar por uno mismo para ser realmente significativo.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Claudio Valdivieso
El pasillo de la escuela

Por: Claudio Valdivieso

 

En la escuela de la vida, al nacer, comenzamos a practicar adquiriendo destrezas y experiencia para desenvolvernos frente a las diversas circunstancias que encontraremos y encontrarán nuestros hijos en este pasillo del aprendizaje, como son los tropiezos, las decepciones y las victorias.

 

Minutos después de nacer la criatura la madre inicia los primeros ejercicios de amamantarla, además de enfrentarse a las primiparadas de la naturaleza materna mientras la “bendición” como dice la moda, inicia sus prácticas para aferrarse a la teta en el menor tiempo posible.

 

El nacimiento es la matrícula de la criaturita en esta escuela y sus padres como sus familias inician el mutuo proceso de formación, desinformación, educación y enseñanza. Todos terminamos convertidos en alumnos y maestros simultáneamente, aunque de los abuelos (por edad, dignidad y gobierno), ¡ni hablar!  A ellos hay que dejarlos en paz, ya que tienen todas las facultades para patrocinar las pilatunas, disfrutarlas y celebrarlas sin mayor esfuerzo. Dicen los abuelos que ya hicieron su trabajo, que están por encima del bien y del mal, razón que les concede el privilegio de ser alcahuetas, y desde ahora tendrán que perdonarme por la expresión usada a cambio de llamarlos cómplices de sus nietos.

 

El “prólogo” de esta nota tiene como propósito referirse a la escuela de la vida, y por supuesto, que esto incluye ciertos “talleres de formación” difíciles de transmitir como el verdadero acto del perdón. Una cosa es predicarlo y otra es hacerlo, pero debemos llegar más allá de solo intentarlo.

 

Durante la escuela de vida aprendemos a un alto costo a las buenas y por las malas ciertas lecciones excluidas del “pénsum doméstico”, por la misma dificultad en el entrenamiento de nuestros hijos en el ejercicio del perdón, sobre todo, en el de aceptar con benevolencia las diferencias que con mucha dificultad podríamos cambiar.

 

Es verdad que durante nuestra docencia en la escuela de padres erremos por el amor que dedicamos a nuestros hijos y esto nos concede el derecho a equivocarnos. También vale la pena considerar que ellos sí tienen la oportunidad de evitar caer en nuestros errores y emprender siempre a tiempo la difícil tarea de perdonarnos. Si de perdón hablamos, este acto no tendría sentido si lo hacemos a medias. Nunca es tarde para perdonar, aunque nos quedaría menos remordimiento si lo hacemos en vida.  

 

El mismo amor que le damos a nuestros hijos para formarlos, sin percatarnos, resulta que tanto amor y mal administrado pueda convertirse en nuestro primer error (sin referirnos a culpas). Para rematar, sucede que nuestros hijos, aunque estén más viejos que nosotros, nunca dejaremos de verlos como nuestros niños así pasemos inadvertidos de que ahora ellos son nuestros instructores.

Ellos, nuestros hijos alumnos y maestros, pueden reconocer que el verdadero acto del perdón es aparentemente fácil, porque perdonar va más allá de los lazos de unión familiar, aunque esto se convierta en una misión para héroes. ¿Por qué? Me perdonarán la pregunta.

El perdón que se otorga se recibe y se pregona como principio de reflexión es más exigente por todo lo que esto implica. Un buen comienzo sería perdonarnos nosotros mismos.

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por Claudio Valdivieso

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