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El regalito

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Resumen

Arístides regresa a su pueblo natal después de 30 años en Europa solo para descubrir que sus amigos del alma han fallecido. Su intención era despedirse y compartir su historia con ellos, pero solo encuentra un libro que escribieron juntos tiempo atrás, dejándole un legado de amistad inconclusa.

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Arístides regresó a su pueblo natal después de treinta años de radicarse en Europa. Por la distancia se había desconectado de sus amigos del alma y de parrandas de quienes necesitaba despedirse. Había escrito su vida para publicar un libro y compartirlo con sus amigos ya que su salud lo amenazaba, y quería plasmar los recuerdos que documentarían a los acumuladores de historia de su pueblo.

Este hombre ya transitaba por la vida con el corazón agotado además de la fatiga que dificultaba marcar un ritmo estable en sus pasos. ¡Un marcapaso era insuficiente! Su agotamiento era contundente, y aunque no superaba los setenta años, su salud exigía menos esfuerzo y más atención por las fatales e inevitables consecuencias. Arístides rechazó la cirugía del corazón por temor a quedarse ahí, sin alcanzar a estrecharse el último abrazo con sus amigos del alma.

Considerando que extrañaba a sus viejos amigos y los requintos que reventaban las nubes durante las fiestas de su tierra, decidió regresar de sorpresa para reencontrarse y despedirse de “los fósiles” como les decía cariñosamente en los esporádicos chismes intercontinentales que lo conectaban con su terruño.

Todos eran brillantes conversadores, leales, de buen humor y sobre todo burlones. El más destacado era Rolando el sacerdote, quien abandonó sus hábitos y se casó por equivocación con una de sus feligresas, gracias a las confesiones de otra que ocultaba sus pecados bajo el rebozo. Recordaba cuidadosamente a Ramón el notario, quien casaba al que fuera y después divorciaba para generarle ingresos al registro; Vicente el ingeniero, fue reconocido por construir el puente más económico y famoso de la región, por ser tan ligero que no soportaba las chivas ni la flota. Ambrosio vendía licor de contrabando y se bebía el mostrario… ¡Pocas veces lo vieron sobrio! Alirio el inspector, vendía los decomisos del retén del comando; y Lacides, el poeta, quien fue expulsado del pueblo después de declararle su amor a la virgen en un poema que nadie logró leer hasta el final. El propio Arístides quien regresó treinta años después de España, había quebrado en su tienda de ropa usada y de paso acabó su matrimonio, gracias también a los consejos de Ramón el notario.

Arístides, ilusionado se divirtió en las tiendas de bromas de Madrid comprando regalitos personalizados para sus amigos del alma. Todos los días, antes de regresar de España, repasaba la lista de regalos ilusionado en el reencuentro de sus amigos y su despedida final.

Finalmente, Arístides llegó para navidad al pueblo y se disfrazó de Santa Claus para pasar inadvertido y así sorprenderlos. Santa Claus solo identificó al viejo Ambrosio por el tufo ya que estaba embriagado en el parque. Se saludaron y se estrecharon un extenso abrazo. -Vine a despedirme, dijo Arístides con tristeza en su mirada. -Mi corazón está muy frágil… ¡Solo quedo yo! Le dijo Ambrosio… nuestros amigos ya partieron y te dejaron un pequeño librito que escribimos entre todos… ¡Solo faltaron tus fragmentos!

El librito tenía una dedicatoria firmada por Ramón, Vicente, Alirio, Ambrosio y Lacides que decía: “De nosotros los amigos, para nosotros, los amigos de siempre”.  En el pueblo ya se rumoraba que Arístides había partido un otoño varios años atrás y por eso no esperaron más para publicarlo.

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