Resumen
El artículo describe el inusual y surrealista sepelio de Churquitos en Barbosa, donde, en lugar de ir al cementerio, sus amigos llevaron el cadáver a un bar para compartir trago y risas, a pesar de la resistencia de la familia y la intervención policial fue evitada para prevenir un desastre mayor.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Hace algunos lustros en El Manicomio más grande del mundo, mataron a Churquitos. Dicen que Churquitos, a pesar de tener ese apodo tan tierno, era más peligroso que una novia con gases (químicos). Tenía la cara, comentaron, como pocillo de loco de tanto poseer cicatrices. Su trasegar por este mundo según dijeron, fue más brillante que el de unas diez docenas de joyas políticas de las que honran este país.
Pero lo que yo quiero comentarles es que, aunque ustedes no lo crean, su sepelio siempre será un suceso tan fantástico o más, de los que han imaginado los pesos pesados del Surrealismo, y mucho más verraco que el realismo mágico de Haruki Murakami. Cuando lo trasladaron de su casa donde lo velaron, puesto que no lo hicieron en una funeraria, el cura párroco que iba a oficiar no le permitió la entrada al templo por su avanzado estado de embriaguez y sus cabezas repletas de perica, bazuco y marihuana. Y menos con ametralladoras. Así no se puede les dijo, porque es sacrilegio. Entonces los dolientes cogieron su muerto arrechos con el cura y se lo cargaron, pero no para el cementerio.
En el camino, de la rasca colectiva el cadáver se salió del ataúd. Entonces les pareció elemental echarlo en una moto-carga que sirvió de cureña. Se lo llevaron para donde las percantas y allí, en el bar Bariloche, se dieron las mañas para sentarlo a la brava, puesto que el hombre estaba totalmente muerto, y de hacerle beber trago. Submarino de ron y cerveza que era lo que más le gustaba, dijeron. Incluso lo hicieron fumar cigarrillo a las malas, nunca se supo si de marihuana, como en la película de Rosario Tijeras, porque él en vida no fumó. “Ya el cáncer vale culo”, le dijo un sobrino al muerto. Dicen que eran como veinte bacanes y algunos familiares.
En el lupanar Bariloche, de la zona de tolerancia, estuvieron varias horas departiendo alegremente con las percantas y el muerto de verdad, porque casi todos estaban, aunque tristes, muertos, pero de la risa. Cosas de tragos, comentó el comandante de la policía, ya que cuando empezaron a sonar los balazos de la despedida de Churquitos, ellos no quisieron intervenir con el fin de evitar un inevitable desastre.
Lo más emocionante, cuentan, era ver cómo uno de los dolientes que por su actitud daba a comprender su cariño con el muerto, le cogía la boca al difunto y se la trasformaba en canal para que no desperdiciara el trago y se fuera feliz y rascado eternamente para el otro mundo. La misma peripecia realizó para que fumara, pero esa ya la había practicado desde varias horas atrás. La mamá del difunto dizque quiso, en un principio, impedir este desmadre, lo mismo que los hijos del muerto, pero los esfuerzos, los madrazos y los coñazos no tuvieron los suficientes efectos para disuadirlos. Como se presentó pelotera agravada, a un sobrino del muerto que se encontraba ofuscado, en el tire y afloje le arrancaron una manga larga de la camisa blanca que se había puesto de luto. A una señora doliente y amiga del difunto, en pleno zafarrancho le pisaron el dedo de una uña encarnada y se desmayó del dolor y un nieto de ella, muerto de la rabia, y quién no, le metió un coñazo en un ojo al agresor de su nonita y le desbarató totalmente las gafas de pasta para el sol.
Si yo contara la epopeya completa, se necesitaría de una novela y, eso pienso hacer. Porque la del sepelio de Churquitos, así no me lo crean, no tiene parangón en la historia verídica de Barbosa, El Manicomio más grande del mundo. Y eso que allí hay una planta de producción de locos de alta calidad, incluso de exportación.