Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: Edgar Julián Muñoz González
En las calles de nuestras ciudades, la economía popular es el verdadero motor que mantiene a flote a millones de colombianos y colombianas. En los mercados, campesinos y vendedores comercian productos frescos; en las esquinas, jóvenes y adultos ofrecen empanadas, buñuelos o arepas; recicladores deambulan por los puestos de chatarra, y los limpiavidrios, que se ganan la vida en los semáforos, demuestran que la informalidad es el pulso incesante de nuestra economía. Estas personas han encontrado un nicho que, lejos de ser una mera desobediencia, es un salvavidas en un país donde el gobierno no funciona como debería.
Podemos criticar a la administración actual, pero en Colombia la putrefacción ha escalado a niveles inimaginables y las instituciones traicionan a quienes deberían proteger. En este contexto, la economía popular no es solo una forma de subsistencia; es una estrategia de aguante que no está sujeta a las complejidades y costos asociados con la formalidad: licencias, impuestos, regulaciones que no son más que peajes para beneficiar a los poderosos que añoran zapatos caros.
Mientras las empresas y empleados se ahogan bajo el peso de una burocracia descompuesta y disfuncional, el sector informal sigue adelante, con una libertad que permite a las personas actuar, sin tantos intermediarios que drenen sus escasos recursos. Este sector económico tiene beneficios tangibles y palpables: ofrece empleo a quienes el régimen ha desechado o nunca tuvo en cuenta, desde el chancero hasta quienes encuentran en la venta de tinto su sustento diario. En las oficinas de tránsito y pasaportes, los tramitadores facilitan un proceso que, de otra manera, sería una pesadilla interminable. Lo mismo sucede con los limpiavidrios que prefieren trabajar honestamente a verse atrapados por la delincuencia. Su trabajo no solo les tolera sobrevivir, sino también mantenerse conectados al sistema, evitando así el camino de la criminalidad.
Así mismo, la economía popular fomenta la innovación y la creatividad. Cada día, los colombianos que participan en ella inventan nuevas maneras de prosperar utilizando los recursos para generar más valor. Yo escucho a muchos haciéndoles cuentas de las ganancias, pero ¡ojo! Todo es para aguantar, no para comprarse lujos.
Es cierto que existen desventajas, pero estas no son nada en comparación con los beneficios que trae consigo. Después de todo, mal que bien, los trabajadores informales pueden cotizar como independientes y gestionar su futuro sin tener que depender de una administración que les ha fallado repetidamente.
Pues claro que a ningún político le gusta la informalidad. Lo repiten creyéndose ilustrados asegurando que es mala para la economía, pero eso es solo porque olvidan que hasta el bazuquero que deambula por las calles también paga el tributo en cada chicle o menta que compra. En un gobierno donde la corrupción parece no tener freno, ellos y ellas operan al margen de ese sistema pútrido. Es la economía de la gente, para la gente, y por la gente. Valorarla debe ser una prioridad, no solo por sus beneficios, sino por lo que representa: la última línea de defensa contra un método que lo devora todo.
Sin embargo, mientras sigamos viendo que los corruptos, que puede ser cualquier ciudadano, incluidos informales, curas, empleados, políticos o empresarios, continúan jugando con las reglas a su favor, debemos reconocer que la informalidad no es el problema; es la solución imperfecta, pero necesaria, en un país donde la bondad es una ilusión, y la supervivencia es una realidad.
Yo alguna vez me quebré y me puse a hacer tomates secos. Otra vez me quedé sin trabajo y manejé Uber; le di la vuelta al mundo intercambiando conocimiento por comida y techo. La conservación y la persistencia son las diosas de la evolución. Pensar en los ciudadanos no tiene que ver con derechas o izquierdas: la delicadeza de esta apreciación radica en el entendimiento de la economía.