Resumen
Colombia debe abandonar el ideal de ser el "país con potencial" y enfrentar la realidad de sus divisiones y corrupción. La verdadera reinvención requiere honestidad y acciones concretas, dejando atrás la ilusión de grandeza y aceptando sus fracturas para construir un futuro más realista.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: Edgar Julián Muñoz González
Imaginemos por un momento que Colombia se despierta un día bajo una nueva premisa: todo lo que hemos creído sobre nosotros mismos es falso. Esa narrativa de "somos el país con mayor potencial del mundo", repetida como un mantra en reuniones familiares, discursos de políticos y sermones dominicales, se derrite como los castillos de arena de Jimmy Hendrix. En su lugar, surge la verdad incómoda de que quizás no somos ni el mejor país, ni el más bondadoso, ni el más resiliente. Tal vez somos un pueblo que se ha especializado en fingir que es bueno mientras encuentra maneras creativas de sobrevivir en la mediocridad.
Este giro en nuestra narrativa nacional se parece más a un relato de ciencia ficción que a un sueño esperanzador. Pero quizá es el único camino hacia una verdadera reinvención. En palabras de Tyler Durdeen en Fight Club, "No somos copos de nieve únicos ni especiales. Somos los hijos no queridos de Dios." Y como tal, debemos hacernos cargo de nuestra realidad, sin filtros románticos.
Colombia ha sido históricamente descrita como una tierra de promesas: biodiversidad infinita, recursos naturales envidiables, un crisol cultural único y una geografía con dos océanos que podría hacer de nosotros el Singapur de América Latina. Sin embargo, este potencial ha sido como un jugador de fútbol que tiene el talento para ser estrella mundial pero nunca pasa de ser suplente en equipos de segunda división. ¿Por qué? Porque confundimos el potencial con la acción y el talento con el carácter. Creemos que la riqueza de nuestros paisajes basta para disimular la pobreza de nuestras instituciones.
Nos repetimos que somos buenos, que la mayoría es honesta y que los corruptos son "la excepción". Pero ¿y si no lo fueran? La corrupción no prospera sola; necesita raíces profundas y una ciudadanía que la tolere.
Ahora pensemos en nuestra multiculturalidad que vendemos como una riqueza inigualable. Es cierto, pero también es verdad que hemos construido muros invisibles entre nuestras diferencias. Nuestra multiculturalidad no ha sido un puente, sino un rompecabezas que nunca hemos sabido armar. En lugar de aprender de nuestras distintas formas de ser colombianos, hemos creado jerarquías implícitas: las regiones más "desarrolladas" frente a las "atrasadas", los acentos que son motivo de burla, la raza que define tu lugar en la fila del progreso.
Para reinventarnos, tendríamos que aceptar que solo hay una Colombia fragmentada, donde cada quien vive para sí mismo. ¿Y si Colombia decidiera abandonar el discurso de la esperanza para abrazar el de la honestidad? En lugar de aferrarnos a sueños vacíos, podríamos plantearnos un contrato social más realista, uno que no dependa de discursos grandilocuentes sino de acciones concretas. Empecemos por dejar de romantizar nuestra pobreza. Es hora de admitir que ser pobre no es poético, y ser rico no es sinónimo de corrupción. Necesitamos redefinir el éxito como un esfuerzo compartido, no como una carrera de rapiña. Podemos ser mejores solo si dejamos de idealizarnos y empezamos a reconstruirnos desde nuestras fracturas.
Reinventar a Colombia no será un acto glorioso sino un proceso incómodo, lleno de fracasos y verdades que preferiríamos no mirar. Pero en esa incomodidad podría estar nuestra mejor oportunidad. Quizá no seremos los hijos queridos de Dios, pero tal vez podamos ser los hijos que aprenden a hacerse cargo de sí mismos.
Es hora de dejar atrás la ilusión del "país con potencial" y asumir la realidad del país que somos. Solo entonces podremos, tal vez, convertirnos en algo más. Reinventarnos no significa aspirar a ser lo que soñamos, sino construir, paso a paso, un país en el que podamos reconocernos sin vergüenza.