Resumen
El artículo reflexiona sobre la importancia de demostrar afecto y apreciación hacia los seres queridos en vida, en lugar de esperar hasta su muerte para expresar esos sentimientos. Subraya el valor de las experiencias compartidas y aboga por celebrar la vida de manera constante.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: Doris Ortega Galindo
“A mis amigos, que no, no me lloren. Compren vino, no traigan, no traigan flores”, canción La fiesta, Compositor: Pedro Capó. Hace casi veinte años, partió al Oriente eterno una de mis más grandes amigas, médica de profesión, con una inteligencia y don de gentes únicos. Claudia Martínez Herrera.
Su muerte nos tomó por sorpresa a todos los que la amamos, en especial a su familia. Ella y yo hicimos muchos planes que quedaron inconclusos, desde aventurarnos a la Sierra Nevada de Santa Marta hasta vivir juntas en Barcelona. Su vida se apagó de repente y me costó en particular asimilar con su fallecimiento la “levedad del ser” frente a lo efímeras que pueden resultar nuestras vidas.
De lo anterior me quedó la promesa constante de regalar en vida a quienes amo, todo aquello que salga de mi alma, desde una flor, un te quiero o simplemente cumplir con la palabra de compartir tiempo de calidad, ya sea en la bahía del barrio de Manga o en un café de esos que abundan en nuestra ciudad, que invitan a la remembranza y a la bohemia. Los acostumbrados actos de postergación en la contemporaneidad, producto de las múltiples ocupaciones del día a día, nos hacen faltar a estas citas importantes con la vida, con la amistad y con la alegría.
Paradójicamente, me ha llamado siempre la atención que mucha gente saca tiempo para asistir a funerales, incluso de personas a quienes en vida hace mucho dejaron de ver o interactuar. Se ponen la mejor gala y hasta van al salón de belleza por un buen estilismo que socialmente impacte.
Frente a lo anterior, he llegado a la conclusión que, con las honras fúnebres, algunos, de manera errónea, pretende sanear las ausencias, las distancias, la falta de solidaridad y ante todo el roce humano que dejó de haber con el finado. Aunque sea la muerte el desenlace real de nuestra existencia, por favor: No esperemos ese instante para demostrar afecto, ya que ni las flores, ni el mariachi, ni el trío, ni el discurso solemne pueden llegar a quien ya no pertenece a esta dimensión terrenal. La muerte no es en sí misma una tragedia, ya que morimos cada instante un poco, por tanto, debemos construir lo que más podamos con nuestro “Tótem” fraterno, una razón permanente para celebrar la vida bien vivida. Debemos hacer de la vida una fiesta que les permita a quienes nos sobrevivan seguir celebrando en nuestra memoria.
Como nota final, resulta un consuelo frente al vacío que siempre deja la ausencia de los seres queridos, imaginarnos que somos semillas que volveremos a la tierra, permaneciendo esos frutos y flores que cosechamos en vida. Trayendo a colación el tema “La fiesta”: La gente buena no se entierra se siembra. “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Gabriel García Márquez.