Resumen
Don Salvador, un abuelo que vivía solo y se sentía incomunicado durante Navidad, no oía el timbre ni disfrutaba de los regalos de sus amigos. Un vecino acude en su ayuda y descubre que el problema era que él simplemente no tenía puestos sus audífonos, devolviéndole su conexión con el mundo.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Don Salvador no sentía el timbre de su casa desde hacía tres meses y un día despertó inquieto y soberbio porque llegó Navidad y su din-dong no repicaba. Le afanaba que llegaran las anchetas de sus amigos y no escucharlo sería para Salvador el final de su ilusión navideña. Era un abuelo pensionado, sus dos hijos estaban en el exterior y a su puerta escasamente le golpeaban sus amigos y los recibos de servicios públicos con advertencia de corte.
Como no volvió a escuchar el ring ring de su teléfono lo dejo descolgado. Su celular lo dejó cargando porque se apagó cuatro días atrás, pero no recuerda donde quedó conectado. Relativamente estaba incomunicado, aunque extrañaba el silencio de sus buenos amigos quienes periódicamente le llevaban bolsitas de café de cuncho, pan, jugos de fruta en polvo, enlatados, vitaminas y noticas con mensajes afectuosos.
El abuelo vivía solo en su acogedora casita de paredes de tapia heridas por el tiempo; las columnas y las vigas de madera talladas por la nutrición del comején soportaban las tejas de barro desordenadas por los gatos, y el piso de ajedrez en baldosín sonaba al paso de las ruedas de su silla en el trayecto de su rutina entre el dormitorio, la cocina y el patio que convirtió en baño con ayuda de la manguera.
Salvador había rediseñado su casita, advertido de su futura condición, y poco antes de sentarse definitivamente en su silla adaptó la cocina a su nueva “estatura”, así como el lavaplatos, la estufa y la alacena. Su botiquín, los cuadros, el reloj de pared y los gabinetes los dejó ajustados a un metro del piso. De Igual forma, y a tiempo, reinstaló los interruptores de la luz, bombillos, el lavamanos y el lavadero; estrenó lavadora por una de alimentación vertical, y cómo fue posible el recursivo Salvador dejó en su casa todo al alcance de la mano. La empleada no regresó más porque Salvador tampoco le abría la puerta.
Ya casi soberbio por estar incomunicado escribió una nota que convirtió en un avión de papel y lo lanzó por el patio de ropas a su vecino para que acudiera “cuanto antes” a solucionarle el tema del timbre, el teléfono y el celular; de paso, para que le llevara unas grageas para su afonía que lo había dejado sin palabras de aliento de tanto gritar.
El vecino finalmente encontró el avioncito aterrizado en el patio y acudió en su ayuda con un electricista, pero nada… Don Salvador no respondía y el vecino en medio del susto llamó a los otros vecinos y tumbaron la puerta. ¡Estaba dormido!
¡Por Dios! ¡Don Salvador! ¿Qué sucedió? El abuelo nada escuchaba ni tenía voz; su vecino asustado le entendió que algo muy extraño sucedía.
El electricista revisó el timbre, el teléfono fijo y el celular apareció. Todo funcionaba a la perfección y la malicia que despertó el vecino lo indujo a buscar algo en su nochero… ¡Eureka! ¡Póngase los audífonos don Salva!