La trampa de vivir para producir
Resumen
El empleo nos protege del ocio costoso y consumo impulsivo, pero en la búsqueda de felicidad confundimos paz con pausa. La economía debe gestionar escasez con ética, mientras la política en Colombia se enfoca en repartir sin producir. La clave: esfuerzo y construir.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Alguna vez, mientras trabajaba por turnos en el sector petrolero, entendí una verdad que la economía, y la gente, rara vez admite: no trabajamos solo para ganar dinero, sino también para no tener tiempo de gastarlo. El empleo, en cierta forma, nos protege del ocio costoso, del aburrimiento improductivo y del consumo impulsivo. Mejor dicho, nos cuida de nosotros mismos.
Hoy, la vida se reduce a ir de un turno de trabajo al otro. Sobrevivir se ha convertido en el propósito, y no en la base para lograr algo más. Pero detrás de todo ese esfuerzo diario se esconde una tristeza colectiva y la sospecha de que, aún alcanzando eso que tanto perseguimos, no llegaremos nunca a ser felices.
No sé si fue Goethe quien lo dijo, pero alguien con claridad expresó que el ser humano es tan contradictorio que pasa toda la vida buscando la felicidad, y apenas la consigue, la aborrece. Tal vez porque la felicidad exige calma, y en esta época hemos confundido la paz con la pausa (no hacer nada), y la pausa con la pérdida. Por eso envidiamos, juzgamos y nos comparamos. Por eso para algunos viajar es un sueño, y para otros una pesadilla. Porque nadie está en lo cierto, y todos creen estarlo.
La economía nació, en el fondo, para ponerle orden a ese caos humano. No para generar riqueza, sino para administrar la escasez con la menor violencia posible. Fue, al principio, una decisión ética antes que técnica: producir como alternativa a la violencia. Buscar en vez de arrebatar. Empero, esa raíz filosófica se ha ido perdiendo entre teorías, modelos y promesas de sistemas perfectos que nunca llegan.
Y ahí entra la marrullería. En Colombia, la política ha dejado de ser una vía para entender nuestra miseria y se ha convertido en una máquina para administrarla. El debate económico gira en torno a cuánto repartir y a quién, como si la justicia consistiera solo en ajustar cuentas entre sectores. Unos prometen repartirlo todo, otros conservarlo. Pero pocos se detienen a hablar del sentido mismo del esfuerzo, del valor de construir en lugar de esperar.
No existe estructura económica que funcione cuando parte del principio de regalar lo que no se ha producido. No se trata de meritocracia hueca, sino de dignidad en el proceso. El problema no es que haya pobreza. Es que la comodidad sin esfuerzo nos vuelve perezosos del alma. ¿A quién no le da flojera arrancar? Es que así nos ganáramos la lotería las cosas tampoco llegan solas: hay que salir, buscar, elegir, decidir. Y eso también lo deja a uno mamado, pero toca.
Tal vez esta época sirva para entender, como cuando desciframos que la "h" después de la "c" suena "ch", como: ¡Chito, Cállense la jeta que no hay fórmula mágica y toca trabajar! Que el paseo de la vida no está en el destino sino en la trocha, con todas sus piedras. Y que fracasar no es fallar en el intento, sino quedarse esperando a que alguien nos lo entregue hecho.
Ya hemos estado mejor, sí. Pero somos tan propensos a sabotearnos, que cuando por fin habíamos encontrado un poco de bienestar, terminamos eligiendo a Santos, luego a Duque y ahora a Petro. Que desgracia. Lo botamos por la borda. En Colombia, incluso cuando el país avanza un poco, preferimos destruir lo construido antes que aprender a cuidarlo. Aquí sabemos cómo mejorar; el problema es que aún no hemos decidido merecerlo.