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Los niños no son botín de guerra ni pretexto para ganar réditos políticos

Resumen

La liberación de Lyan José Hortúa resalta la inaceptable realidad de que los niños en Colombia aún son explotados en conflictos armados. El secuestro de Lyan fue una cobardía que violó derechos humanos, subrayando la urgente necesidad de proteger a la infancia del país.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Editorial

La liberación de Lyan José Hortúa, el niño de once años secuestrado por las disidencias de las Farc, aparentemente, en el municipio de Jamundí, Valle del Cauca, es motivo de alivio, pero también de profunda indignación porque lo usaron como escudo en un secuestro extorsivo.

Que un menor haya sido arrancado de su hogar en Potrerito, para convertirse en prenda de presión en medio de un conflicto armado, confirma la cruel verdad inaceptable, que en Colombia aún se ultraja la infancia con fines criminales y se manipula el dolor con fines electorales.

El secuestro de Lyan no es sólo un crimen atroz. Este es un acto de cobardía. Un niño no representa amenaza ni objetivo militar. Su rapto fue una afrenta directa al derecho internacional humanitario, una violación de los principios más básicos de humanidad.

La intervención de la Defensoría del Pueblo, determinante en la liberación del menor, evidencia que los canales humanitarios todavía tienen un papel que cumplir. Pero que estos deban activarse para liberar a un niño subraya el nivel de degradación que aún alcanza el conflicto.

Es urgente exigir que ningún grupo armado, llámese disidencia, guerrilla o estructura criminal, incluya a los niños en su agenda de guerra. El Estado, por su parte, debe garantizar que no haya un sólo rincón del país donde un menor corra el riesgo de ser secuestrado, reclutado o asesinado. Lyan debió estar en el colegio, no en cautiverio. Debió estar en plan de soñar con su futuro y no en una tenebrosa experiencia cargada de horror y con la sombra de la muerte a sus espaldas.

Igual de reprochable es el aprovechamiento político de esta tragedia. Que sectores políticos utilicen el secuestro de un niño como caballito de batalla para posicionarse mediáticamente, exigir renuncias o promover aspiraciones personales es indigno.

Este no es el momento para discursos inflamados, para buscar protagonismo sobre el dolor ajeno ni para pedir cabezas como trofeos. Es el momento de defender a los niños, de proteger su integridad, de rodear a esas familias que sufren.

El oportunismo es tan perverso como el crimen que lo motiva. El país necesita líderes que piensen con cabeza fría y corazón firme, no incendiarios de turno aprovechados para explotar el dolor ajeno.

No se combate la violencia con más violencia, ni se apaga una crisis echándole gasolina. La seguridad exige estrategia, no espectáculo. El pequeño Lyan, ya está libre. Pero mientras haya un solo niño en riesgo, el país seguirá en deuda.

Proteger a la infancia no puede ser un slogan ni una consigna de campaña. Debe ser un compromiso real, sostenido y colectivo. Porque los niños no votan, pero son el futuro de la Nación.

Enerva el alma que el oportunismo sea más fuerte que la razón y es por eso que desde esta tribuna insistimos en que una Nación cuando permite que sus niños sean rehenes de fusiles o de discursos, pierde su alma.

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por Editorial

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