Mateo 6: 3-4
En los últimos meses, he visto cómo varios influencers han sido duramente criticados por realizar actos de ayuda al prójimo. ¿Por qué ayudar se vuelve cuestionable? El tema es complejo, y es difícil trazar una línea clara entre lo que está bien y lo que está mal, pero intentaré explicarlo.
Hay tres casos puntuales que vale la pena tener en cuenta. El primero es el del youtuber más grande del mundo, MrBeast, quien tiene un canal que se dedica exclusivamente a hacer filantropía: ha llevado agua potable a comunidades, electricidad a zonas aisladas y ha construido escuelas. El segundo caso es el de Chingu Amiga, una tiktoker que ayudó a una mujer deportada desde Estados Unidos que vivía con sus hijos en una casa de madera; les regaló una cama, comida y juguetes. Y el tercero es el de Jessica Fernández, creadora del pódcast Más allá del rosa, quien viajó a Ruanda para entrevistar a mujeres racializadas sobrevivientes del genocidio y publicó fotos promocionales sentada en medio de ellas. Los tres casos han sido ampliamente criticados.
Para entender de dónde nacen esas críticas, necesitamos hablar de cuatro conceptos clave:
La caridad es quizás la forma más inmediata y conocida de ayuda. Surge del impulso de aliviar el sufrimiento del otro: entregar un mercado, donar una cobija, ofrecer una comida caliente. Eduardo Galeano la cuestionaba por su verticalidad, afirmando que “la caridad humilla, la solidaridad no”. Personalmente, no creo que la caridad sea mala; lo injusto es cuando se convierte en una excusa para no transformar las estructuras que generan esa necesidad.
La filantropía, por su parte, es como la hermana mayor de la caridad, una forma de ayuda más estructurada, planificada y sostenida en el tiempo. Implica recursos, estrategia y compromisos a largo plazo: construir un colegio, financiar investigación o sostener un programa social. Puede ser una herramienta poderosa cuando se hace con transparencia y sin esperar a cambio reconocimiento. La filantropía bien hecha no da limosnas, crea condiciones para que esa limosna no sea necesaria.
El síndrome del salvador blanco aparece cuando quien ayuda lo hace desde una posición de superioridad, creyéndose redentor de quien sufre. El escritor Teju Cole lo define como una actitud paternalista disfrazada de altruismo. A menudo, quien “salva” necesita ser visto salvando. Puede ser extranjero o local, figuras carismáticas que ayudan mientras construyen imagen, narrando su propia bondad en lugar de empoderar al otro. Por ejemplo, cuando una persona llega a una comunidad, escucha sus historias de abuso, las convierte en contenido, y luego se celebra a sí misma por haberles dado “voz”.
Por último, la pornomiseria es la representación del sufrimiento ajeno como espectáculo. En redes sociales se manifiesta en videos donde se ayuda mientras se graba: niños que reciben regalos, personas llorando, historias dramáticas acompañadas de música emocional. El problema no es visibilizar, sino cómo se muestra. Cuando la dignidad queda relegada y la emoción se convierte en contenido, la ayuda corre el riesgo de volverse instrumental.
Con estos conceptos sobre la mesa, ya podemos tener un criterio más claro para evaluar cómo ayudan las personas a nuestro alrededor, y por qué algunas formas de ayuda generan críticas. No se trata de invalidar todo acto solidario, sino de reconocer que no todas las ayudas son iguales ni nacen del mismo lugar. ¿Y entonces, cómo ayudar bien? Podemos practicar una caridad consciente, silenciosa y amorosa. Como dice el Evangelio de Mateo 6:3-4: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Porque ayudar, cuando se hace bien, no necesita testigos ni intereses.