Normalizamos la violencia

Por: Santiago Ospina López

Los colombianos hemos alcanzado un punto profundamente alarmante como comunidad: hemos sido cómplices de la normalización de la violencia hasta el extremo de aceptarla como algo cotidiano en nuestro día a día. Como sociedad en construcción, donde cada individuo juega un papel esencial como ciudadano, hemos fracasado de manera contundente en involucrarnos con seriedad en la transformación de nuestra realidad y el futuro que dejaremos para nuestros seres queridos cuando partamos.

Esta indiferencia colectiva, de la que usted y yo también hemos sido partícipes, ha convertido la violencia en un espectáculo, una forma de entretenimiento morboso que alimenta un ciclo interminable de tragedias en nuestro país.

Hoy, si encendemos un noticiero del canal que sea, nos encontramos con una horripilante compilación de crímenes, asesinatos y tragedias. Es como si el morbo fuera el combustible que mantiene en pie a los medios de comunicación, y los colombianos, adictos a este amarillismo, somos sus principales consumidores. La ausencia de estas noticias violentas en las primeras planas sería vista casi como una anomalía.

No puedo dejar de cuestionarme si nos hemos acostumbrado tanto a este ciclo que hemos perdido nuestra capacidad de indignación sobre lo que es nuestro, sobre lo que nos pertenece e identifica.

El peligro de esta aceptación es claro: potencializa la violencia y a su vez la normaliza. Basta con mirar hacia países como México, donde el horror ha escalado a niveles inimaginables. La circulación de imágenes fuera de todo marco humano, como cabezas decapitadas en redes sociales, se volvió rutina. Y allá nadie se detiene; todos siguen con su vida diaria. ¿Es esto lo que queremos para Colombia?

No estamos lejos. Aquí también somos débiles como sociedad, hasta los más “bravos”. En Colombia los grupos al margen de la ley han dejado atrás cualquier bandera de lucha o ideal que pudiera haber justificado su origen. Ahora son simples organizaciones criminales que trafican drogas y generan terror en la misma sociedad donde conviven sus madres y sus hijos. Esto no solo habla de nuestra degradación moral, sino también de nuestra debilidad como sociedad. Hemos permitido que nuestras convicciones de todo tipo se desmoronen, por no hablar de los valores, recurriendo a la violencia como el primer y único recurso.

La violencia en nuestro país permea todas sus capas: desde la violencia física, hasta la económica, psicológica, sexual, ambiental, digital y política. Desde el núcleo de las familias hasta las actividades de ocio como los deportes y las festividades. Nos estamos acostumbrando a una realidad donde la agresión se hace cada vez más característica en nuestra idiosincrasia.

Como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de romper este ciclo antes de que sea demasiado tarde. Cada día que no actuamos de manera tajante en contra de ella, estamos permitiendo la degradación de nuestra humanidad, y de nuestra esperanza con la sociedad que afrontarán nuestros hijos más adelante. Con el aroma de un café con esperanza, los saludo.