Un idiota útil
Resumen
La democracia en Colombia se ve socavada por la corrupción política, donde los líderes elegidos abusaron de la confianza ciudadana. El narcotráfico influye en elecciones, mientras mandatarios usan discursos divisivos para consolidar el poder.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Carlos Iván Mantilla Velásquez
Obedeciendo lo que dicta la democracia —hoy tan vapuleada— y creyendo tercamente en la entereza de los líderes políticos por elegir, así como en la probidad de los mandatarios elegidos, cualquiera que sea su ideología, los ciudadanos que cumplimos con el deber y el derecho de elegir y ser elegidos hemos confiado los destinos del pueblo colombiano a un puñado de gobernantes que, en su gran mayoría —sobre todo en las últimas décadas—, han venido abusando de la confianza depositada, haciendo del poder otorgado sus delicias non sanctas. De esto, muy pocos se salvan. Les prometo que haré el esfuerzo de sacarlos con pinzas a la luz y nombrarlos en otra columna; no será tarea fácil.
La gran mayoría de los primeros —los abusadores de la confianza ciudadana— han sido elegidos producto de componendas descaradas, ante la mirada impávida de un pueblo maniatado. Acuerdos orquestados por politiqueros que posan de dignos políticos, mientras mueven con destreza las palancas de la maquinaria electoral, con el único fin de acceder a puestos estratégicos en la burocracia. Desde allí, corrompen y desangran al Estado, el mismo que los colombianos tratamos de sostener y fortalecer con nuestros tributos, sin importar clase social ni nivel de ingreso: todos, de una forma u otra, tributamos. Desde el que apenas tiene para un dulce, hasta el más encumbrado empresario; pues casi todo está gravado con impuestos.
Este artilugio —el de las componendas— se ha normalizado en la política, y es propio de una clase politiquera que lo institucionalizó para asegurarse una tajada del pastel burocrático. Según ellos, eso es parte del “arte y la inteligencia de la política”. Insólito, pero real. Al final, los electores tenemos que aceptar los resultados de unas elecciones que supuestamente se escrutan con transparencia. ¡Pobre democracia… qué debilitada está!
Las tentaciones del poder
Lo más escabroso: algunos son elegidos con dineros mal habidos, en especial provenientes del narcotráfico. Como el presidente del 94–98, al que le entró un elefante a la Casa de Nariño… y no lo vio. Lo mismo ocurre hoy. Ya lo escribí en otra columna: “No solo se le ha entrado el mismo elefante sin que lo vea; esta vez ya se pasea por los pasillos de la Casa Presidencial en compañía de su señora elefanta y los elefanticos”. Así de grandes son los escándalos que rodean al actual gobierno. Y, sin embargo, no pasa nada.
Una vez en el ansiado solio de Bolívar, muchos se rinden a las tentaciones del poder, dejando en evidencia —sin pudor alguno— sus vanidades y pretensiones autoritarias. Y el actual mandatario lo ha insinuado de forma cada vez menos disimulada.
Incauto el pueblo —en gran medida por ignorancia—, los susodichos se han aprovechado de su candidez, convirtiéndolo en ese “idiota útil” que justifica y legitima sus fines. ¡Al pueblo nunca le toca! Bien lo dijo Salom Becerra en su gracioso pero certero texto de antaño, cada vez más vigente.
Divide et impera —divide y vencerás— es la estratagema clásica que aún hoy utilizan los mandatarios de estas latitudes. Es exactamente lo que ha hecho el presidente Petro, sin miramiento alguno por el “pueblo” al que dice representar. Ha olvidado gobernar para todos y ha ignorado la división de poderes que ordena la Constitución. Con discursos incendiarios y populismos trasnochados, ha logrado dividirnos. La retórica del pseudointelectual resentido, que atiza el caos y la anarquía, ya cobra consecuencias.
Una de ellas: el atentado contra el joven senador Miguel Uribe Turbay, ocurrido el pasado sábado 7 de junio mientras hacía campaña como precandidato presidencial para 2026. Al momento de escribir esta columna (10.07.25), su estado sigue siendo crítico, con pronóstico reservado, según los últimos informes médicos entregados por la Fundación Santafé.
Al presidente no solo hay que pedirle que baje el tono de su discurso. Hay que exigirle respeto: hacia los colombianos, hacia las instituciones, hacia los empresarios, hacia los demás poderes del Estado… en suma, hacia la patria. Ojalá escuche y no siga incendiando el país —si ese es su propósito— con el fin de justificar una eventual suspensión de las elecciones del 2026, aduciendo falta de garantías. Fórmula ya conocida en la bitácora de los dictadores para perpetuarse en el poder.
No es un favor lo que se le pide, señor presidente. Es un deber constitucional. Deje de dividir al país. Dedíquese, en el año que le queda, a gobernar. Subsanar lo que ha desbaratado: salud, seguridad, Ecopetrol… reactive las obras. Todavía está a tiempo de “pasar el año, así sea raspando”, como decían los profesores a los estudiantes rezagados.
Usted es un colombiano más. Déjese de demagogias. Evite que el país arda. Despierte de sus fantasías… ¡póngase las pilas, hombre!