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Domingo en que Jesús permanece a las afueras de las ciudades

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Resumen

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Se le acerca un leproso y arrodillándose le suplica: “Si quieres, puedes sanarme.” Él se compadeció, extendió la mano, lo tocó y le dijo: “Lo quiero, queda sano.” Al instante se le fue la lepra y quedó sano.  Después lo despidió advirtiéndole enérgicamente: “Cuidado con decírselo a nadie. Ve a presentarte al sacerdote y, para que le conste, lleva la ofrenda de tu sanación establecida por Moisés.” Pero él salió y se puso a proclamar y divulgar el hecho, de modo que Jesús no podía presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba afuera, en lugares despoblados. Y de todas partes acudían a Él. – Palabra del Señor

Reflexión

Al comienzo de su vida pública, en el momento del bautismo, Jesús ha demostrado encontrarse perfectamente cómodo junto a las personas impuras. Después, a lo largo de su ministerio, no se ha alejado nunca de los publicanos, de los pecadores, de los que habían tomado caminos equivocados e infelices; nunca ha tenido miedo de ser contaminado por ellos; por el contrario, ha ido Él mismo a comunicar a estas personas su fuerza de vida. La luz es siempre más fuerte en la oscuridad: si se abren las ventanas de una habitación iluminada, no es la oscuridad la que entra sino es la luz que sale. Sanar a un leproso equivalía, en tiempos de Jesús, a resucitar a un muerto. Los sacerdotes solamente podían “declarar puro” a un leproso, no ‘hacerlo puro’, es decir, no podían sanarlo porque la sanación de la lepra estaba reservada a Dios (cf. 2 Re 5,7).

Basándose en algunos oráculos de Isaías (cf. Is 35,5s; 61,1) los rabinos habían hecho una lista de las señales de la presencia del reino de Dios. Jesús la conocía. De hecho, la cita a los enviados del Bautista: “Vayan a comentar a Juan lo que ustedes ven y oyen: los ciegos recobran la vista, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11,5). La sanación de un leproso era, por tanto, mucho más que un gesto prodigioso, era la prueba de que el Mesías había venido al mundo.

No le pide la curación, sino la purificación, es decir, la posibilidad de regresar a la comunidad. Más que la enfermedad en sí, lo que verdaderamente lo angustiaba era sentirse excluido de la sociedad civil y religiosa.

Jesús se conmueve

Frente a esta petición Jesús se conmueve, extiende la mano, lo toca y lo sana. Cada detalle del relato tiene un significado y un mensaje importante.

Está ante todo el contacto físico con el leproso. Jesús deja que se le acerque y lo toca. No se trata solamente de un gesto benévolo y tierno con una persona necesitada, sino de un cambio total del concepto de Dios. Jesús, el Señor, no aparece como los fariseos lo imaginaban: santo, alejado del impuro. El Señor no solamente no rechaza a los leprosos, sino que los acaricia porque en todo hombre, aun en aquel que ha caído en el abismo más profundo de la culpa, Él ve un hijo a quien amar sin condiciones.

Él era el Mesías esperado

El leproso no obedece; comienza a divulgar la noticia y no se nos dice si fue o no fue a presentarse al sacerdote. ¿Por qué Jesús se aleja y escoge retirarse a lugares desiertos? Era mucha la gente que lo buscaba y hubiera sido por tanto más lógico que la gente lo encontrara en lugares más accesibles.

Jesús no ha querido que circulara la noticia de que Él había realizado uno de estos signos, porque toda la gente habría concluido que Él era el Mesías esperado.

Esta identificación hubiera sido bienvenida, a condición de que todos hubieran sabido de qué mesías se trataba: no un vencedor, sino un derrotado; no un dominador sino un siervo de todos. El pueblo, sin embargo, estaba convencido de que el mesías sería un rey glorioso como Salomón, un hábil y afortunado guerrero como David, un hombre de Dios que realizaría prodigios sensacionales, como hacer descender fuego del cielo como Elías. Jesús consideraba tentaciones diabólicas estas imágenes del mesías; por eso no ha consentido de que se hablase de Él como el “mesías de Dios” antes de los acontecimientos de la Pascua, antes de haber mostrado por cuáles caminos el Señor nos conduce hacia la Vida. Hasta que llegara ese momento, todo debía mantenerse en secreto para evitar que el Proyecto del Padre fuera malentendido.

También el hecho de que el leproso haya comenzado por propia iniciativa a divulgar la noticia tiene un significado. Marcos escribe este relato después de la muerte y Resurrección de Jesús: el velo sobre la identidad del “Mesías de Dios” ya había caído y, por tanto, había llegado el momento de anunciar a todos que Jesús era el Mesías. ¿A quién se encomienda esta tarea?

He aquí la respuesta del evangelista: a aquellos que han experimentado en la propia vida la Salvación obtenida por el encuentro con el Señor. En el evangelio de Marcos, solo dos personas se lanzan a esta misión: el leproso del que estamos hablando y el hombre poseído por los “demonios, que terminaron, primero, en los cerdos y después en el mar (cf. Mc 5,19-20).

Maravillas de la palabra de Cristo

El mensaje queda claro ahora: solo quien ha saboreado la alegría de una vida nueva, solo quienes estaban marginados y han experimentado la liberación, son capaces de explicar a los demás las maravillas que la palabra de Cristo puede realizar.

El hecho de que Jesús ya no pudiera presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba afuera, en lugares desérticos, y de que la gente venía a Él de todas partes (v. 45), es presentado por el evangelista para poner de relieve un intercambio de residencia: antes, era el leproso el que no podía entrar en los pueblos; ahora es Jesús quien ha elegido vivir en las condiciones de un leproso. Es así como ha mostrado querer compartir la suerte de todos aquellos que los hombres consideran “leprosos”.

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