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De Bogotá a Bucaramanga con Luis Carlos Galán

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Resumen

El texto relata los recuerdos del autor de sus encuentros con Luis Carlos Galán Sarmiento, un político colombiano que fue asesinado en 1989. Destaca la bondad, capacidad de liderazgo y inteligencia de Galán, y la influencia que tuvo en su vida.

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Por: César Augusto Almeida R. /El Frente

Crónicas de viaje. Su sonrisa era tan carismática y tan fresca que todos los presentes en el hotel Bucarica pensábamos que nunca en su vida había tenido un disgusto y que jamás lo tendría.

El próximo agosto se cumplen 35 años del asesinato del ilustre santandereano y quiero contarles mis encuentros con él.

A comienzos de 1977 puso a su hermano Gabriel a que me buscara por todo Bucaramanga porque le había gustado mucho una caricatura sobre Rafael Núñez que había publicado en Vanguardia y que él había reproducido en el semanario Nueva Frontera del cual era codirector, cargo que asumió poco después de haber dejado la embajada en Italia.

El doctor Gabriel Galán me encontró y en la noche recibí una llamada directa de su hermano a mi casa en la cual aún vivía con mis padres pues era yo un adolescente sin recursos, pero en camino a la redención económica. Yo lo recordaba pues había sido ministro de educación de Misael Pastrana Borrero cuando apenas tenía 26 años.

Con ese hablar tan circunspecto me atiborró de elogios y me ofreció que colaborara en la revista haciendo cuatro trabajos como resumen de las noticias de la semana y encima me ofreció 4 mil pesos mensuales de hace 47 años por ese trabajo. En la época yo tenía una frondosa cabellera que se me puso de punta por la emoción trémula que me causaron tres circunstancias juntas: el encuentro feliz con tamaño personaje, mi paso de un medio regional a uno nacional y los honorarios fantásticos.

Empecé a enviar mis trabajos vía aérea con un complejo asunto atravesado: la edición se cerraba los viernes en la tarde y yo enviaba mis ilustraciones los miércoles para que estuvieran a tiempo lo cual todo quedaba a medias pues mi semana se acababa a la mitad y lo importante que pasara los siguientes días era como si no hubieran ocurrido y los lectores se quedaban perplejos pues no veían completo el resumen gráfico. Opté por irme para Bogotá pues los honorarios me alcanzaban para estarme allá y además podía entregar mi trabajo los viernes en la tarde.

Llegada y recibimiento

La sede de la revista quedaba en una vieja casona arriba de la Casa del Florero donde también estaba la SEAP, la Sociedad Económica de Amigos del País, organismo también fundado por Lleras Restrepo. Subí dos pisos con escalones de madera y me recibieron Patricia Lara Salive y Rafael Francisco Amador, directores administrativos de la publicación. Hablamos muy largamente y luego me dejaron en la antesala de la oficina del doctor Galán que sabía que yo estaba ahí. También había un señor de bastante edad con una barba larga y blanca esperando.

El codirector entreabrió la puerta muy risueño e invitó al abuelo a seguir: ‘Siga, señor Almeida’. Alcancé a decirle: ‘Almeida soy yo, doctor’. Se quedó medio paralizado pues no esperaba que su colaborador fuera tan joven. Me comentó sobre lo que le gustaba de mi trabajo, preguntó por mi familia y yo le conté, aparte, que había empezado a leer prensa desde los siete años y por ello vivía bien informado por costumbre. ‘Lo espero todos los viernes’ fue su despedida.

Después se trasladaron a un cuarto piso en el edificio de Seguros Bolívar y yo pasaba todas las semanas a entregarle personalmente mi obligación. Me estaba largo tiempo en las oficinas, veía el diseño de la portada, hablaba con el diagramador y poco con la jefe de redacción, la insoportable María Mercedes Carranza, hija del poeta Eduardo, el de ‘Teresa, donde en tu frente el cielo empieza’.

Un día de diciembre le comenté al doctor Galán que me iba al día siguiente para Bucaramanga. ‘Hagamos una cosa. Yo también viajo. Si desea nos vamos ambos’. Sacó un papelito y anotó algo. ‘Esta es la dirección de mi casa. Lo espero mañana a las siete de la mañana si le parece’. Era en El Chicó.

Rondé bien abrigado por el sector y encontré un antejardín con un pedazo de carreta tipo oeste norteamericano poblado de musgos y sobre ella unas flores de la sabana muy esplendorosas.

Timbré, me abrieron una ventanita sobre la puerta y la persona ya sabía sobre mi llegada y me explicó que ‘el doctor todavía está descansando porque anoche estuvo en una reunión en el Salón Rojo del hotel Tequendama’. Un ratico de espera y me invitaron a seguir a la sala biblioteca acompañado de un café tinto.

Me puse a admirar pinturas y libros. Vi una hoja de cuaderno escolar enmarcada con una frase repetida en lápiz: El ministro de educación se llama Luis Carlos Galán, el ministro de educación…y así toda la plana. Después el exministro me contó el episodio en la escuela de donde se trajo la choneta escritura.

Entró un niño como de seis años en piyama que se puso a juguetear conmigo como si me conociera de siempre y con él un perro gigantesco que también se puso en el mismo plan. ¿Cómo te llamas? Le pregunté al inquieto ‘miquito’. Se agarró la nariz y me dijo gangoso y haciendo marantoñas: Juan Manuel Galán Pachón. Todo completo. Creo que a estas alturas de los años ya se le ha quitado lo gracioso tirando a bufón.

Bajó el ilustre anfitrión en traje deportivo, en porte de viajero, se llevó el pocillo del tinto y luego me comentó lo del plan de la noche anterior y hasta se disculpó por la demora en la salida. Tenía un pantalón verde de dacrón rudo con muchos bolsillos hasta en las piernas y alcanzaba a verse una chequera del Banco Industrial Colombiano.

Le señalé la hojita enmarcada. Sonrió. ‘Cuando era ministro visité una escuela en Flandes y curioseando tareas me encontré con un cuaderno de un niño con muchas páginas con esta frase. Quedé aturdido y cordialmente le pedí a la maestra que no pusiera a los niños a esas cosas, que no tenía mucho de pedagógico y que esos cargos son temporales y los nombres no son trascendentales. Que les mostrara personajes históricos y su importancia. Fué un regañito muy cariñoso’.

Echamos los bolsos de viaje en el campero Suzuki que era de un primo y me pidió que fuéramos a la casa paterna a que le cambiaran un cheque pues necesitaba efectivo para las necesidades del camino. Alcancé a ver en la puerta y en pantuflas a don Mario Galán Gómez que le entregó lo correspondiente y hasta pronto.

El viaje y el parloteo

‘Tengo que llegar a las seis en punto a la Puerta del Sol pues tengo que estar a las siete en el colegio de La Presentación en los grados de bachilleres y voy a hablarles a las jóvenes sobre la familia y su valor fundamental. O sea que estoy en una contrarreloj conmigo mismo’.

Él escribía una columna los lunes en El Tiempo que se llamaba Criterios Liberales y yo la leía. En esas fechas tenían una cordial polémica con el columnista Juan Lozano y Lozano, padre del hoy también periodista. Don Juan escribía la misma columna, pero con dos nombres: Unas veces se llamaba El jardín de Cándido y otras Pétalos del jardín vecino. Estuve leyendo esa confrontación política-económica. Empecé a preguntarle asuntos que poco conocía y entonces me hablaba largamente sobre el intervencionismo del Estado, el liberalismo manchesteriano, sobre los economistas ingleses y etc. Era una cátedra en grado superlativo solamente para mí.

Se encontró con un sacerdote amigo y se bajó a saludarlo. No supe de qué hablarían, pero cuando regresó miró su reloj y comentó: ‘se fueron cinco minutos, pero era necesario’.

Fueron siete horas en que habló de tantas cosas de las que no recuerdo pues era un sancocho de temas deliciosos.

En fin, se destapó. Iba a empezar una carrera política en Santander junto con José Manuel Arias Carrizosa pero que no habían decidido quién iba a encabezar la lista para el Senado y quién para la Cámara

‘Voy a recorrer todo el departamento y para eso es este campero. ¿De dónde es su papá?’. De Rionegro, le contesté intrigado. ‘Pues pídale a su padre que me ayude en mi campaña en Rionegro’. ‘Lo que pasa es que nació allá pero ahora no conoce a nadie. Desde niño salió y poco ha vuelto. Por eso es como difícil’.

No comentó nada. ‘Yo le ayudo como capitán de debate’, le dije muy humildemente. ‘Es mucha ayuda junto con sus amigos’, pareció agradecerme.

Llegamos a un paraje donde se aparta para ir a Suaita, Vadorreal o algo parecido. Nos bajamos y me invita a almorzar. Ya conocía el sitio pues salió un niño como de doce años que lo saludó: ‘Buenas tardes, doctor’. Le sonrió, le sobó brevemente la cabeza y le preguntó por su papá. Siguió saludando en las interioridades de la estancia a sus conocidos. Luego nos trajeron unas sopas y una bandeja fragante que contenía entre otras delicias un potaje humeante que no he vuelto a ver en ningún otro lado: alverjas con chunchulla picada.

Terminó primero, se levantó y se puso en plan de esperarme. Sentía su mirada sobre mí con esos ojos inmensos y profundamente azules. Tenía un libro gordo precisamente sobre la familia, tema central de su conferencia del día.

Fuímonos. Estaban en ferias en El Socorro y habían puesto, los fiesteros en parranda, un lazo a modo de retén para cobrar ‘peaje’. Lo reconocieron y lo saludaron muy afectuosamente. Le ofrecieron un trago de aguardiente que él rechazó muy amablemente. Les echó unos billetes en una lata de galletas y continuamos. Más deliciosa charla.

Ya vamos llegando y miraba su reloj continuamente. ¡Ufff..!

Llegamos a la glorieta de la Puerta del Sol. Me dijo que le habría gustado acercarme hasta mi casa pero que…Me acercó su reloj a mi cara y… Oh…sorpresa…: las seis en punto.

En seguida noté que el doctor Luis Carlos Galán Sarmiento no iba a ser solamente un simple político sino un gran estadista.

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