Resumen
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Maura Samara Suárez.
La semana pasada, el Congreso de Colombia aprobó una ley histórica que prohíbe el matrimonio infantil, es decir, entre menores de 18 años. Esta medida llega tras 17 años de intentos fallidos y diez proyectos de ley que buscaban erradicar esta práctica. Por años, la legislación permitió uniones que hoy resultan impensables. El Código Civil de 1873, aún vigente, establecía en su artículo 116 que los hombres mayores de 21 años podían casarse con mujeres mayores de 8 años. Este precepto fue modificado un siglo después, en 1974, con el Decreto 2820, que estipuló que solo los mayores de edad podían contraer matrimonio. Sin embargo, la Ley 1306 de 2009 estableció los 14 años como edad mínima para casarse y permitía que menores contrajeran matrimonio si contaban con la autorización de un acudiente.
El proyecto de ley aprobado, impulsado por las senadoras Jennifer Pedraza y Alexandra Vásquez, y precedido por iniciativas de la senadora Paloma Valencia, representa un avance significativo. La normativa no solo prohíbe el matrimonio infantil, sino también las uniones maritales de hecho y las sociedades patrimoniales con menores de edad. Además, la nueva normativa permite la anulación de estas uniones. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018, en Colombia 340,083 niñas y adolescentes (8.6 %) y 133,293 niños y adolescentes (3.2 %) estaban en matrimonios infantiles o uniones tempranas. La mayoría de estas uniones involucraban a niñas casadas con hombres mayores.
Sin embargo, mientras Colombia celebra este avance, en otras partes del mundo la realidad es alarmante. En Irak, por ejemplo, se ha propuesto una ley para reducir la edad de consentimiento de 18 a 9 años, una medida que además negaría a las mujeres derechos fundamentales como el divorcio, la custodia de los hijos y el acceso a herencias. En Afganistán, el gobierno talibán ha impuesto restricciones aún más severas: desde agosto de 2024, las mujeres tienen prohibido hablar en voz alta en público o mostrar su rostro, bajo el argumento de que sus voces representan un “vicio”.
Este contexto global invita a reflexionar sobre cómo se sigue perpetuando el control sobre el cuerpo y la voz de las mujeres, incluso mientras en ciertos lugares se logran avances significativos. Este mismo fin de semana, otra manifestación de estas desigualdades se evidenció en el certamen de Miss Universo. Aunque el concurso tiene criterios de evaluación que incluyen armonía corporal, expresión oral, desenvolvimiento en pasarela y en las preguntas, gran parte de la atención mediática se centró en la victoria de una concursante rubia, alta, delgada y de ojos azules. En redes sociales, especialmente en TikTok, surgieron comentarios celebrando este triunfo como un "regreso a los valores tradicionales" de la belleza, llegando incluso a ser catalogado por grupos conservadores como una "victoria del patriarcado" declaraciones a las que se unieron el hijo de Donald Trump y Elon Musk. Este tipo de narrativas perpetúan estereotipos y valores que minimizan el avance hacia una sociedad más equitativa e inclusiva.
Curiosamente, un detalle simbólico conecta ambas realidades: la canción +57 que antes decía “una mamacita desde los fourteen (14 años)”, cambió la semana pasada a “una mamacita desde los eighteen (18 años)”, alineándose, por coincidencia, con la nueva legislación.
Estos eventos, desde decisiones legislativas hasta debates en redes sociales, muestran que la lucha por la equidad y los derechos de las mujeres no es lineal. No se trata de una causa de izquierda o derecha; es una lucha de las mujeres. La tarea ahora es mantenernos vigilantes, cuestionar lo establecido y ver la película “estimados señores” que sale el 28 de noviembre en los cines, la cual cuenta la historia desconocida sobre el sufragio femenino en Colombia.
