Resumen
El artículo recuerda las polémicas acciones del ex alcalde González, conocido por su modo de gobernar poco convencional en su ciudad, llamada 'Manicomio'. González tenía una actitud enérgica contra los comportamientos censurables, lo que causaba un impacto controvertido en su comunidad.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: José Oscar Fajardo. Cuando yo escribí El Manicomio más grande del mundo, no caí en la cuenta de meter entre esas historias la del que, hasta ese momento era considerado el más díscolo, circunstanfláutico y peripatético mandatario municipal que había tenido este hermoso Manicomio: Barbosa.
El Mayor Chiflado no era el apodo que le tenían por debajo de cuerda al Mayor González, quien había sido mayor efectivo de la Policía Nacional, y quien a su vez tenía un pequeño defecto que lo hacía demasiado protuberante como mandatario municipal: era loco.
Ojalá ya haya muerto de viejo porque si no, otra vez me meto en la berraca. Viene y me capa. En una ocasión la policía le echó mano a un ladrón de gallinas, al que le presentaron como trofeo de guerra al locato mandatario. Este le hizo amarrar una vara atravesada sobre la espalda al gallinófilo ladrón, a quien paseó por todas las calles del Manicomio, acompañado de un piquete de policías exhibiendo sus armas, ondeando la bandera nacional y a la vez entonando el himno nacional como en cualquier parada militar.
Bueno, esa era la suave. Pero esta otra es de campeonato mundial. El citado mandatario, pichurria de alto pedigree, notaba que había muchos vagabundos en el Manicomio, y que entre ellos andaban algunas personas prestantes de la ciudad, negociantes de prestigio, doctores en algunas ramas de la ciencia, el personero, el tesorero, los concejales, futbolistas, basquetbolistas, e incluso el cura párroco del Manicomio en esa época, que no salían de Bucamba, de la Jirafa Roja o de Matemango. Pues el hombre se dio a la tarea de hacerles cacería para quitárselos a la perdición y llevarlos por el camino del Salvador.
Un lunes como a eso de la media noche, el mayor González llegó con un piquete de policías a la zona de tolerancia, así llamaban a esos sitios de sano esparcimiento, y exactamente al Bucamba Night Club, de preciosas damas al servicio de la comunidad masculina, donde muy hogareña y religiosamente se divertía el personero municipal, prominente político de la ciudad, don Edgar Rodríguez Torres, a quien sus amigos y amigas le decían con cariño, “Cuchuchón”, y quien a esa hora bailaba muy libidinoso y solícito un bolero en una sola baldosa de diez por diez, con un dama un tanto reboleta. “Suelte la civil y levante las manos carraspanda sinvergüenza”, le gritó el alcalde.
Y no se sabe si fue de las mechas o del cuero de las pelotas, pero lo sacó a la brava de la piñata y así todo pintarrajeado de colorete, oliendo a pachulí, con la camisa por fuera y jarto como una yegua, a esa hora de la madrugada fue y se lo entregó a su propia mujer. “Ahí le traigo esa porcelana que andaba donde las putas no serían rezando”.
Los botones de la camisa se los arrancó la civil que no quería dejárselo quitar, le informó el alcalde a la esposa. Cuchuchón duró como un mes con gafas oscuras y con arañazos en la cara, pero no se supo por qué. Al Capitán Guarapo le metió tres días de calabozo por haberse llevado al cura Pioquinto Santos, a jugar tejo a las canchas de Concha Quintero, y después arrastrárselo con engaños para el Night Club Las Camelias a beber ron hasta las cinco de la mañana, y donde una percanta irrespetó insinuándole sexo al sacerdote. Hoy importantes doctores en la política y de la sociedad en general, padres de influyentes ciudadanos y connotados profesionales, fueron igualmente corregidos, e incluso algunos puestos en calabozo por su inexplicable adicción de visitar a diario esos sitios de sin igual “reputación”.
Nombres propios no doy porque no tengo para pagar escoltas. Porque cuando salió publicado, El Manicomio más grande del mundo, donde se narran esas y muchas otras increíbles historias, tuve que pedir asilo humanitario en ciudades lejanas para evitar el descuartizamiento. Un cura de la época me hizo excomulgar porque yo conté en el libro que él había tenido moza en el Matemango Night Club. Semana entrante, otro alcalde coscorria.