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Adolescencia: así se forma un agresor

Resumen

La serie 'Adolescencia' revela cómo un entorno patriarcal y discursos 'incel' pueden convertir a un adolescente en agresor. Jamie, el protagonista, es testamento de cómo la presión social y la falta de guía adecuada empujan a los jóvenes hacia la violencia.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Maura Samara Suárez
Adolescencia: así se forma un agresor

Estos días hemos visto cómo una miniserie de Netflix ha arrasado en interacciones. Se trata de Adolescencia. Aunque mucha de la atención se ha centrado en su impecable producción, esta serie retrata una radiografía de cómo la sociedad y las redes sociales pueden llevar a un niño de 13 años a cometer un feminicidio. Entonces ¿por qué sucedió esto? La respuesta es: su entorno patriarcal.

En una columna anterior ya había mencionado el término “incel”, este también es usado en la serie para definir al protagonista, pero ¿Realmente qué significa? Este término nace en la manosfera, un espacio digital hostil en el que miles de hombres encuentran refugio cuando se sienten rechazados, frustrados o solos. Uno de sus exponentes es Andrew Tate o en español El Temach. En estos foros, o comunidades, se promueve un discurso que culpa a las mujeres de todos los males: de la soledad, del fracaso, del deseo insatisfecho. Se les despoja de humanidad y se las reduce a un objeto que debe ser conquistado, controlado o castigado. Jamie entra a este mundo desde su habitación, sin que nadie lo note, mientras sus padres creen que “solo está en el computador”. Empieza a seguir cuentas de contenido sexualizado, a comentar con agresividad, a nutrirse de ideas que presentan a las mujeres como enemigas.

En este universo surgen los llamados incels (involuntary celibates), hombres que se definen por no poder acceder a relaciones sexuales y afectivas, y que en lugar de cuestionarse a sí mismos, construyen una ideología que responsabiliza a las mujeres por ello. Afirman que ellas solo se fijan en los hombres “de alto valor”, en apariencia, estatus, dinero y que los demás son invisibles. A Katie la ven así: como una chica “popular”, deseada, que después de un escarnio público “bajó del pedestal” y quedó expuesta. Jamie, alimentado por estos discursos, ve en esa vulnerabilidad una oportunidad. En su diálogo con la psicóloga lo deja claro: no la quería, no le gustaba. Solo pensó que ahora, después de la humillación, sí podría tener algo con ella. Ya no era una persona, era un trofeo que tal vez ahora estaba a su alcance.

Esta mirada no es espontánea. Esto una construcción cultural que valida la masculinidad como dominio, y que enseña a los niños que su valor está en la cantidad de mujeres que conquistan. Jamie miente sobre sus experiencias porque le da vergüenza no haber “logrado” nada, pero solo tiene 13 años. Se muestra agresivo, altivo, y al mismo tiempo desesperado por gustarle a la psicóloga. Cuando le dice que es “guapa” y que “seguro fue popular”, lo que está expresando en realidad es miedo al rechazo, al juicio femenino, a no ser suficiente. Esa es la raíz más profunda del machismo que habita en estos espacios: hombres que no saben lidiar con la frustración, que no han aprendido a procesar el deseo no correspondido, y que transforman ese vacío en violencia.

Lo más aterrador es que muchos alimentan estos discursos sin darse cuenta. Padres que presionan a sus hijos para “volverse hombres”, compañeros que validan chistes misóginos, profesores que minimizan el acoso o el lenguaje violento. Y mientras tanto, internet está ahí, disponible 24/7, listo para reafirmar la idea de que las mujeres son las culpables, y que, si no las puedes tener, debes castigarlas. Adolescencia no es solo una historia sobre un crimen cometido por un niño; es un retrato de cómo fallamos colectivamente en educar, contener y escuchar. Jamie no llega solo a ese lugar. Lo empujan. Y nosotros, como sociedad, muchas veces somos los que abrimos la puerta.

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por Maura Samara Suárez

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