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“Encuestitis” aguda Por: Alfonso Gómez Méndez

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Resumen

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Hace algunos años, siendo yo precandidato presidencial por el Partido Liberal, mi amigo Alberto Casas, me dio el siguiente consejo: “no hay que pelear con las encuestas. A una encuesta se le contesta con otra encuesta”.

A pesar de que siempre he seguido sus sabias orientaciones, y que las mediciones hace ya muchos años, y en todos los órdenes, son inevitables en el mundo entero para tomar decisiones, creo que el debate no se ha agotado.

En estos días, y a propósito de las elecciones regionales, ha habido una verdadera “avalancha” de encuestas lo que suscita varias reflexiones:

Llama la atención el hecho de que casi todas se centran básicamente en la capital de la República y luego en las otras grandes capitales como Medellín, Barranquilla, Cali y Bucaramanga.  Por muchísimas razones, entre las que se cuenta el desplazamiento del campo a la ciudad por la hasta ahora no dominada violencia, el país es cada vez más urbano. Hay por lo menos sesenta “ciudades intermedias” con poblaciones que giran alrededor de los cien mil habitantes, ni estas ni la llamada “otra Colombia” parecen llamar la atención de los encuestadores o de los medios.

Así como hay superávit de supuestos partidos sin sustancia real, puesto que últimamente el Consejo Nacional Electoral ha concedido personerías sin mayor fundamento y hasta “resucitado” cadáveres políticos, por la misma vía, lo tenemos hoy de empresas encuestadoras. Valdría la pena -claro está que para elecciones futuras- que desde la academia se estudiara qué hay detrás de tantas “encuestadoras” reconocidas por el Consejo Nacional Electoral.

Hay muchas preguntas sin respuesta. ¿Cuántas son? ¿Cuál es su idoneidad? ¿Quiénes son los dueños? ¿Qué trayectoria tienen? ¿Cómo está integrado el equipo de colaboradores? ¿Han tenido “pifias” en el pasado reciente? ¿Algunos de sus dueños son o han sido protagonistas de la política? ¿Trabajan o han trabajado de manera exclusiva para campañas o personajes políticos? ¿Cuánto cuesta una encuesta? ¿Y si la paga un partido o candidato, debe incluirse en los gastos de campaña que se presentan ante el Consejo Nacional Electoral?

Alguien tendría la obligación de explicar a los ciudadanos ¿por qué en ocasiones -con el mismo universo y en la misma época de medición- aparecen resultados tan contradictorios?

Lo que ocurrió este fin de semana a propósito de una encuesta en una de las grandes ciudades del país, es muy diciente. Prácticamente en horas, un candidato, iba ganándole a su más cercano rival, también aspirante en una encuesta, y en otra, apareció perdiendo por un amplio margen.

¿Cómo distinguir entre encuestas reales y “aproximaciones” que hacen los encuestadores de acuerdo con la propia interpretación de sus datos?

Es claro, como suele decirse, que las encuestas son una “fotografía” de lo que está pasando en un momento dado. Desde luego, habría que saber cuáles son los factores que se tienen en cuenta para escoger cómo, a quién, y en qué momento se le toma la fotografía, y con qué lente…

Las encuestas en general se limitan a “registrar” un hecho político, lo que ocurre es que por la dinámica que toman las campañas, y por el mal uso que se hace de ellas, a veces no solamente “registran” sino que “crean” hechos políticos. En ocasiones no se discute cuáles son las propuestas o la trayectoria de tal o cual candidato, sino cómo le está yendo en la encuesta. Si ese fenómeno se generaliza y se extrapola, en el futuro no habría elecciones sino competencia de encuestadores y hasta de asesores de imagen.

Una consecuencia práctica de la “encuestitis aguda” es que, por ejemplo, en los debates se invita solamente a quienes van adelante, con lo que se crea un círculo vicioso. Son desconocidos porque no aparecen en los debates, y no los invitan porque no tienen un buen registro en las encuestas. Eso por no hablar de las posibilidades de financiación: a quien no marca en la encuesta, no le llega la plata.

Dentro de la necesaria regulación de las facultades del Consejo Nacional Electoral, deberían incluirse mecanismos para evitar la proliferación de partidos y de encuestadores sin suficiente fundamento.

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