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La teoría es perfecta. La vida no.

Resumen

Donald Trump, admirado por su capacidad para negociar bajo adversidad, mostró que el verdadero talento de un negociador se revela en la práctica, no solo en teoría. Su gestión y decisiones estratégicas reflejan esta adaptabilidad crucial más allá de planes predefinidos.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by Edgar Muñoz
La teoría es perfecta. La vida no.

Por Edgar Julián Muñoz González

A principios de los años 2000, para quienes soñábamos con el mundo de los negocios, Donald Trump no era presidente ni una figura política polarizante. Al menos eso recuerdo. Mas bien, era una especie de Ronaldo Nazario de los negocios, un Muhammad Ali de las finanzas: polémico, carismático e invencible. Lo admiraba por su resiliencia, por su capacidad para negociar en medio de la adversidad, y porque, como él mismo confesó una vez al salir de su torre una noche, en plena quiebra: “ese vagabundo que duerme en la acera es 40 millones de dólares más rico que yo”. Era brutalmente honesto consigo mismo. Y quizás por eso fascinaba tanto.

Trump, sin ser un gran escritor, ni mucho menos un teórico económico, comprendía algo esencial que muchas veces se olvida en las aulas: todo negocio funciona sobre el papel. El Excel no se queja ni contradice. Pero apenas se pisa la calle, todo cambia. Y es en la práctica donde se revela el verdadero talento de un negociador.

Esa lógica puede explicar muchas de sus decisiones como presidente, especialmente en lo económico. La imposición de aranceles a socios como Canadá y México parecía, en teoría, una jugada audaz para proteger la industria nacional y fortalecer el dólar. Y durante un tiempo, los mercados lo respaldaron. Pero luego vino el tsunami, una imposición elevadísima de aranceles al mundo, para luego dar el giro y suspenderlos 90 días para todos, con excepción de China. Un volantazo a lo Toretto que a muchos nos dejó desconcertados y a otros, inesperadamente convencidos de que todo estaba planeado.

Esto me recuerda cuando salió la película sobre Freddie Mercury. De un momento a otro, muchos se convirtieron en fanáticos empedernidos, aunque hasta hacía poco conocían apenas dos o tres canciones. Así somos a veces con los líderes: los endiosamos o los condenamos según nos convenga la narrativa.

En los negocios y en la política, el plan siempre se reescribe sobre la marcha. Se ajusta a la realidad, se adapta al viento. Lo importante no es la rigidez del camino, sino la capacidad de redirigir la ruta sin perder el rumbo. Porque eso es lo que hacen los verdaderos estrategas: no los que siempre ganan, sino los que no se desmoronan cuando pierden.

Y entonces, ¿qué hay más allá de estas disputas económicas, de estas jugadas geopolíticas? Porque mientras discutimos tarifas, mercados y tratados, la vida se juega en otra cancha, una donde los títulos, los cargos y las cifras pesan menos de lo que creemos. Una donde la libertad suena perfecta en teoría, pero se enreda en la práctica.

Hoy muere un campesino en su cama. Lo llamamos Cheo. Alguien que trabajó toda su vida. Sin discursos, sin aplausos, con su humildad, su ego moldeado por el trabajo, sus metas cumplidas a medias y el alma entera. Acompañado de sus hijos e hijas, porque ya era viudo. Él se va y descansa; los que se quedan están tristes. Y entonces uno se pregunta: ¿cuál es la idea?

En la vida, igual que en la economía, la teoría siempre encaja sin errores. Pero lo que importa es lo que hacemos cuando el plan deja de funcionar. Tal vez esa sea la gran enseñanza: que ni la economía ni la existencia se dejan encerrar en planes inamovibles. Que todo se tropieza. Y que al final, lo que nos salva no es haber tenido la razón desde el principio, sino la capacidad de reacomodarnos cuando todo se tambalea.

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por Edgar Muñoz

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