Mis fieles amigos
Resumen
El autor reflexiona sobre su conexión con los libros físicos, destacando su valor emocional y denuncia la tendencia digital de no poseer libros tangibles, prometiendo no volver a prestarlos y comparar su lectura como un viaje único.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
Por: Carlos Iván Mantilla Velásquez
El afán por resolver lo inconcluso se convierte en carrera contra el tiempo. El eterno presente no me quita la mirada. Papeles de toda índole abundan, miles de documentos que apilados cubren las mesas mezcladas con archivos supuestamente muertos que siguen vivos sin identidad, no recuerdo qué obsoleto o vigente contienen esas carpetas sin membretes, es un misterio. La biblioteca como siempre a medio organizar, algunas obras sin leer otro tanto por releer, los entrepaños no alcanzan, los libros andan por doquier reclamando un nicho un digno anaquel donde descansar.
- ¡Oh, Dios! … mis fieles amigos los libros … qué descuido, qué ingratitud con quienes acompañan mis tristezas y alegrías los que en las buenas y en las malas siempre están sin ninguna condición. Entro al estudio, es la costumbre, contemplo pienso y salgo. Los arrinconados no dejan de observarme me piden compasión.
– ¡Hoola! … aquí estamos, por lo menos límpianos el polvo no seas desalmado, corre nuestras carátulas revisa aquí adentro y viaja con nosotros. Conmovido, me decido acariciarlos, los dedos me quedan rucios, los hojeo, recuerdo a sus padres los autores. Algunos reposan bajo techo otros en arrumes en desorden … reflexiono y les hablo: - ¡Caramba! … qué desconsiderado soy con ustedes mis amigos, saber que son parte de mí … ¿qué me pasa?… a ver … ¡no se preocupen! … no los dejaré, les aseguro que a mi lado estarán hasta que leve anclas, sí señores … cuenten con eso.
Me enorgullezco y sonrío pensando en otros (as): “Qué vaina, siento consideración por los (as) que dicen hojearlos, leerlos y tenerlos seguros en el Internet, … ¡qué ilusos (as) ! No los tienen no son de su propiedad. Esta buena gente, lectores (as) de otra especie, no pueden conservarlos, además casi todos (as) andan de carrera y con poco peso en sus morrales, escasamente cargan las pantallas y lo que comen. Qué lástima … no gozan del placer de llevarlos bajo el brazo ni de leerlos a sus anchas a la hora y en el sitio que les plazca, tampoco de acariciar sus hojas y mucho menos de limpiarles el polvo con el cuidado que a los míos lo hago ahora”.
- Ustedes son especiales mis amados libros, qué contento me siento no los dejaré nunca, además les prometo: no volveré a prestarlos, perdónenme, fue suficiente. Cuando lo hice, recuerdo que, solo en contadas excepciones tuve de regreso a sus compañeros, la mayoría de ellos con pesar nunca volvieron, se los quedaron, ya saben quiénes … ¿cierto?
Desde hoy dejaré de prestarlos no permitiré que se los lleven pueden estar tranquilos, prefiero dar en adopción a alguno de los clonados, pero uno que otro y bajo ciertas condiciones. De este modo evito no volver a verles y apesadumbrarme tanto. Sí, ¡qué carajos!
Después de hablarles, ya apoltronado, desempolvo un pasta de cuero, un clásico. Una vez más … leeré a Cervantes.