Trump pretende arrodillar al mundo ante sus caprichos

El reciente giro en la política internacional evidencia un reacomodamiento del poder global. La semana pasada, las acciones de Donald Trump y Vladimir Putin desestabilizaron el equilibrio en el tablero diplomático.
El 12 de febrero, ambos líderes sostuvieron una llamada de 90 minutos en la que pactaron restaurar las relaciones bilaterales y encontrar una solución al conflicto en Ucrania, tres años después de la invasión rusa.
Esa comunicación directa constituye un paso que redefine las negociaciones sobre la guerra y la corroboración de que Trump no se pondrá jamás en contra de los fuertes, ni a favor de los débiles.
Sus palabras son claras. No necesitan de nadie. Pero el mundo sí necesita de Estados Unidos. Una muestra clara de un narcicismo pendenciero para convocar la atención global y ‘medirles el aceite’ a los mandatarios, para ver quién se atreve a plantarle cara para castigarlo con aranceles o imponerle sanciones económicas.
Para remarcar este panorama, la Conferencia de Seguridad de Múnich, a mediados de febrero, dejó en claro las diferencias entre Europa y Estados Unidos en torno a Ucrania y otros asuntos internacionales.
En ese foro, los aliados occidentales expresaron su desacuerdo y reafirmaron su postura frente a la agresión de Rusia. La imagen de los ministros de Exteriores de Washington y Moscú reunidos en Riad, en el primer encuentro oficial desde el inicio de la invasión, terminó transformándose en símbolo de un reajuste en las alianzas globales.
La exclusión de Europa y Ucrania de estas conversaciones generó inquietud y preocupación, pues su destino se decide sin contar con su participación, porque Trump “no necesita de ellos”.
La postura de Trump representa un quiebre en la relación tradicional entre Estados Unidos y Ucrania. Por otro lado, la confrontación entre Trump y Zelensky, provocada a propósito por el Vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, dejó un tufillo de traición para los ucranianos.
La contundencia de sus ataques y la negación a incluir a Ucrania en las negociaciones disminuyen la credibilidad de un sistema que, hasta hace poco, garantizaba el equilibrio regional.
Este episodio marca un antes y un después en la geopolítica internacional y tendrá consecuencias que impulsarán la agresión rusa y fragmentarán el bloque occidental.
En el limbo quedan los países de América Latina y el Caribe, porque al igual que a Europa, Trump no los necesita. No son prioridad para nada, en cambio estos países sí precisan, con urgencia, del Gobierno Trump.
Bajo esa narrativa puede entenderse que no sólo no son prioridad, sino ante cualquier reacción está en el aire la amenaza de recibir sanciones como recortes o suspensión definitiva de las ayudas económicas, sanciones comerciales y de inversión, incluso, que haya descertificación para los países que combaten el tráfico de estupefacientes.
La coyuntura actual obliga a una reevaluación de estrategias y alianzas, que pueden ser efectivas o contraproducentes para los líderes mundiales que deben asumir responsabilidades, sin indisponer a quien quiere arrodillar el mundo ante sus caprichos.