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De los políticos, Petro y la sociedad

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Resumen

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Por:  Edgar Julián Muñoz González. Hace un año escribía sobre la felicidad, el placer, el dolor y el sufrimiento. Citaba comentarios que la gente suelta tranquilamente por las redes sociales como: “el dinero no trae la felicidad”, “la felicidad es una decisión”, “el secreto no es buscar un trabajo que te haga feliz, sino ser feliz con tu trabajo”, y otras.

Pongamos la felicidad en términos económicos. En una sociedad, dentro de un Estado de derecho, lo que más importa es la felicidad de la mayoría y creo que es muy difícil contradecirlo. ¿Cómo encuentro la felicidad mayoritaria? ¿Cómo saber en qué debo enfocarme para lograrla? La respuesta es sencilla: con un buen Gobierno.  Debe haber un gobierno que pueda distribuir los recursos para mantener contentos a esa pluralidad, no equitativamente, sino en pro de la colectividad.  El Gobierno, como institución, es necesario porque si dejamos que cada uno actúe individualmente buscando su felicidad, de acuerdo a sus propios estándares, entonces podríamos asegurar, como lo hizo Simón Bolívar: “Cada colombiano es un país enemigo”.

Consideremos como ejemplo a un jornalero que ha tenido pocos recursos para sobrevivir, pero tiene ingresos de 12 millones al año. Por otro lado, pongamos al hombre más rico de la zona y contemos que tiene ingresos por 200 millones. Las dos ganancias producen respectivamente unas cantidades de felicidad. ¿Cuál será la proporción entre ambas? La cantidad de placer que experimenta el hombre más rico será, naturalmente, mayor que la del jornalero.  No lo cuestionaremos.  Pero ¿Cuánto mayor? ¿20 veces? ¿100?, ¿50? ¿Cuál de estos es el número correcto?

A pesar de que ganar nos brinda satisfacción, perder nos ocasiona mucha desdicha. Para un futuro mejor, como nos quiere embobar Gustavo Bolívar y otros petristas necios y sin personalidad como Quintero, que perder sea ganar un poco, que aplaudir es muestra de lo buena que es la sociedad, pero rechiflar en un estadio de futbol es “cobardía”, son conflictos éticos que nada tienen que ver con la ecuación económica.

No es lo mismo tener un millón de pesos cuando se ha duplicado de quinientos mil, a que se tenga cuando se ha disminuido de dos millones; no es lo mismo tener un salario que alcanza para las necesidades básicas, a un sueldo más alto, pero aventajado por la inflación. Tendríamos más, aunque no estaríamos igual de felices. Y esta es la paradoja de lo económicamente ignorante que es el presidente al proponer bajar las tasas de interés, con una inflación alta, y de querer romper la regla fiscal en el mismo escenario.

La tragedia de todo político exitoso es que el narcisismo va sustituyendo poco a poco el afecto por la comunidad y las medidas que defendía. En consecuencia, el político, cuyo interés es que el mundo lo admire, tiene pocas posibilidades de alcanzar su objetivo. Y ahí está Petro que, esperando alabanza mientras Colombia atendía a Brasil, encontró censura y desaprobación. En un país multicultural, donde todos somos tan diferentes, la única cosa que nos une como colombianos es la selección Colombia. Este gobierno cayó en la vanidad excesiva y avivó el placer que genera la aflicción de los petulantes; aunque él, en su delirio, percibió “Fuerza Petro”, todos los asistentes gritaron eufóricos “¡Fuera Petro! ¡Fuera Petro!”.

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