A la cultura se le pide mucho y se le da poco
Resumen
La cultura es crucial en la economía y la sociedad, pero su impacto no siempre se refleja en políticas y presupuestos. En Colombia, pese a aportar un 2.7% al PIB, las prácticas culturales comunitarias suelen quedar fuera de los enfoques comerciales.
Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)Por: Ivonne Mendoza
El vínculo de la cultura con los asuntos de la economía, la política y la garantía de derechos, es profundo, pero ese mismo carácter hace que muchas veces no sea fácil evidenciar su determinante labor en el funcionamiento de una sociedad.
La cultura tiene una profunda contradicción, y creo yo, en ello radica su riqueza y poder. Por un lado, adquiere múltiples formas en la cotidianidad. Por ejemplo, en la cocina se evidencian asuntos ligados con la tradición, el patrimonio, la diversidad, la creatividad, entre otros.
Pero, por otro lado, su presencia en nuestras vidas se evapora, se vuelve tan mecánica como respirar. Comemos sin preguntarnos, por ejemplo, por qué comemos lo que comemos. Se vuelve hábito y por ende no nos damos cuenta del hecho cultural que subyace a la actividad cotidiana de comer.
Esa incorporación cotidiana de la cultura en nuestras vidas ha hecho que como sector social no sea priorizada en términos de políticas y mucho menos de presupuestos. Pero, curiosamente, de un tiempo para acá, se hizo necesario que midiéramos su impacto económico, quizá con el fin de justificar su importancia.
Para el caso de Colombia, la industria creativa representó $35.8 billones en el 2023, equivalente al 2,7% del PIB, según la Cuenta Satélite de Cultura y Economía Creativa, (DANE, 2023).
Es decir, económicamente es un sector que aporta (ya hay suficiente evidencia al respecto), pero para ello es necesario invertirle y al parecer hay una negación permanente para hacerlo cuando de la cultura se trata, pero si existe una exigencia crucial sobre sus aportes. Curioso, ¿no? Esto sin contar que en el país medimos las actividades ligadas a las grandes cadenas de valor de las principales prácticas artísticas y de producción cultural -por ejemplo, la industria cinematográfica o la editorial-, pero no medimos el impacto económico, y mucho menos el social, de muchas prácticas comunitarias y de colectivos que están por fuera de la lógica comercial.
Ahora bien, todos sabemos, o creemos saber, que la cultura es fundamental para la vida. Pero ¿por qué, al parecer, esto no se representa en una participación activa de la ciudadanía, el comercio, el empresariado y el estado para su respaldo? He aquí una nueva contradicción. Si es tan importante en el discurso, ¿por qué es tan lejana y “abandonada” en la práctica?
Los procesos culturales que le dan fuerza a nuestro patrimonio tambalean entre la riqueza de su acción y la pobreza de sus cuentas.
En Colombia, por fuera de la lógica de la industria cultural, los procesos sobreviven gracias a seres quijotescos que no dejan que fallezcan. Frente a la cultura, somos una sociedad discursiva pero poco efectiva.
Llevo años escuchando la misma situación de cientos de organizaciones culturales, y hoy estoy convencida de que todo seguirá igual, hasta que cambiemos la valoración social que le damos a la cultura en nuestras vidas, es decir, solo hasta que la veamos como un derecho y este sea garantizado.