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La Diplomacia del Vacío

Resumen

La muerte del Papa Francisco simboliza el vacío estructural global y la disolución de estructuras de poder. Mientras el Vaticano se despide de su líder, en Colombia se destacan las tensiones internas y la lucha por nuevas narrativas de autoridad en un mundo incierto.

Generado por Inteliegenica Artifical (OpenAI)
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by ELFRENTE
La Diplomacia del Vacío

Metáfora perfecta del vacío estructural

Por: Santiago Forero Rodríguez

Murió el Papa. Y con él, una época. Las campanas doblaron en Roma y en miles de parroquias del mundo, pero el eco fue más que ritual: fue una pausa global, un acto de recogimiento colectivo frente a la figura de un pontífice que, contra todo pronóstico, logró hacer de la ética un lenguaje contemporáneo. Francisco no gobernó con dogmas, sino con gestos: lavó los pies de refugiados, besó heridas invisibles, denunció el mercado y la guerra con una elocuencia que pocas veces se tolera en los jefes de Estado. Su muerte fue sentida en todos los continentes. No pasó desapercibida: marcó el fin visible de una brújula moral en un mundo que se descompone a gran velocidad.

Sin embargo, este hecho no es simplemente una tragedia para la Iglesia. Es la metáfora perfecta del vacío estructural que atraviesa al sistema internacional. En el mismo sentido que el Papa dejó de existir, hoy en día las grandes estructuras de poder en el orden global se desploman, despojadas de los principios que las mantenían a flote. El vacío que dejó Francisco es la expresión de un mundo sin certezas, un espacio donde la autoridad se disuelve en un campo inabarcable de incertidumbres. Y, en medio de este espacio, las naciones luchan por llenar el vacío con nuevos relatos, con nuevas interpretaciones del poder y del orden.

Una metáfora de la disolución

Y, sin embargo, mientras el Vaticano despedía a su pastor, en Colombia un excanciller escribía una carta que parecía salida de un drama barroco. La denuncia de Leyva sobre las fallas de Petro es, en su fondo, un análisis implícito de la descomposición de las formas tradicionales de poder. En ella no solo señala las faltas de Petro, sino que, con cada acusación, dibuja el perfil de un vacío donde la estructura política de la nación ya no sabe qué principio puede sostener su autoridad. La carta no es una mera exposición de falencias; es una metáfora de la disolución de la política en la crisis del liderazgo.

Este vacío en el espacio político no solo es resultado de la falta de liderazgo moral, sino también de la inestabilidad estructural que caracteriza el siglo XXI. En este lapso, se reconfiguran las relaciones de poder no solo por las ausencias de coherencia en los líderes, sino por los relatos que surgen para llenar ese espacio. La política contemporánea ya no se define por la presencia sólida de una estructura de poder, sino por la lucha constante por interpretar esa realidad. En Colombia, el liderazgo de Petro se ve atrapado en una maraña de disonancias internas, de tensiones personales y políticas, que no son simplemente un reflejo de la lucha por el poder, sino del mismo proceso que está viviendo el mundo en su conjunto: el proceso de desmoronamiento de las grandes narrativas que antes daban coherencia al orden mundial.

Se construye sobre terreno de lo intangible

El vacío, en su fondo, es el nuevo campo de batalla global. Ya no se libran disputas sobre territorios o recursos, sino sobre la capacidad de construir narrativas que den sentido a lo que queda. La desaparición de Francisco y la disolución del liderazgo de Petro nos dejan frente a una nueva realidad: un mundo donde el poder se construye sobre el terreno de lo intangible, donde el vacío se convierte en el nuevo espacio para negociar, para reinterpretar y para reinventar lo que es legítimo. En este espacio de fragmentación, lo que importa no es solo quién gobierna, sino cómo se reconstruye el relato de la legitimidad.

El cónclave se prepara para llenar la interpretación de una autoridad que fue, por décadas, el último refugio de un discurso unificador; mientras tanto, el vacío de Petro, expuesto por Leyva, es el reflejo de un colapso estructural mucho más profundo: la disolución de las narrativas que alguna vez dieron forma a la política latinoamericana. En ambos casos, lo que queda no es solo un espacio ambiguo, sino un campo de batalla simbólico donde el poder se redefine.

No es cuestión de quién ocupa el trono, sino de quién puede imponer, en este terreno desmoronado, un nuevo relato de lo que significa ser legítimo, ser líder, ser Estado. Un vacío que gobierna la legitimad del orden interno y global.

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